A FONDO
LA DICTADURA DEL
INSTANTE
Esteve Redolad
Esteve Redolad
Nada parece más irónico y hasta cierto punto divertido,
si no fuera por la pizca de melancolía que transmiten, que los comentarios que
aparecen a través de internet y de las redes sociales criticando la era
tecnológica y de la realidad virtual. Nostálgicos nacidos entre los sesenta y
setenta, cuando la lucha por cambiar la realidad no pasaba por inventar otra
virtual, defienden así los tiempos en
los que uno disfrutaba en la calle más que delante de la televisión (la única
pantalla por aquel entonces), y te sentías feliz y realizado con los amigos del
“cole” y no necesitabas que te dijeran “me gusta” para sentirte bien. Era un
pasado, en fin, más humano y que ahora la era tecnológica y virtual ha querido
dejar atrás. Es interesante notar como,
por lo general este tipo de comentarios tienen un buen número de “me gusta”.
Porque en realidad, estos mismos melancólicos de la era callejera hemos sido las comadronas privilegiadas de la era tecnológica y no podemos olvidar el entusiasmo nervioso al ver el milagro térmico de los primeros documentos enviados por fax, o la emoción mal disimulada al escuchar, fascinados por la ignorancia, el sonido indescifrable de las primeras conexiones de internet. Y aunque nos cueste reconocerlo también nosotros, de una forma u otra, nos regocijamos con la revolución tecnológica que vimos nacer y sus increíbles posibilidades. Por lo tanto, miramos con optimismo y esperanza esta nueva revolución.
Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el sol;
Tiempo de nacer, y tiempo de morir;
Tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
Tiempo de matar, y tiempo de sanar;
Tiempo de destruir, y tiempo de construir;
Tiempo de llorar, y tiempo de reír;
Tiempo de hacer duelo, y tiempo de bailar;
Tiempo de arrojar piedras, y tiempo de recogerlas;
Tiempo de abrazar, y tiempo de separarse;
Tiempo de buscar, y tiempo de perder;
Tiempo de guardar, y tiempo de tirar;
Tiempo de rasgar, y tiempo de coser;
Tiempo de callar, y tiempo de hablar;
Tiempo de amar, y tiempo de odiar;
Tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Porque en realidad, estos mismos melancólicos de la era callejera hemos sido las comadronas privilegiadas de la era tecnológica y no podemos olvidar el entusiasmo nervioso al ver el milagro térmico de los primeros documentos enviados por fax, o la emoción mal disimulada al escuchar, fascinados por la ignorancia, el sonido indescifrable de las primeras conexiones de internet. Y aunque nos cueste reconocerlo también nosotros, de una forma u otra, nos regocijamos con la revolución tecnológica que vimos nacer y sus increíbles posibilidades. Por lo tanto, miramos con optimismo y esperanza esta nueva revolución.
Pero dentro de este optimismo tenemos que reflexionar de
forma crítica sobre el auge imparable de la tecnología. No desde la melancolía,
no para caer en un rechazo estéril, ni siquiera para mirar esta tecnología desde
la sospecha. El ejercicio crítico es hoy obligado, de la misma manera que lo
fue en los sesenta y lo es en cualquier momento o situación.
Una de las características resbaladizas de la sociedad “tecnologizada”
es la preeminencia de la inmediatez, de la instantaneidad. La comunicación
instantánea, las transacciones financieras al segundo, los sms, las videoconferencias
a tiempo real, el sinfín de redes sociales, la publicidad personalizada, las noticias
al minuto, y un largo etcétera hacen que la cantidad de estímulos recibidos a
lo largo de un día de cualquiera que pueda leer este blog sea infinitamente
superior a los estímulos a los que se enfrentaron nuestros bisabuelos en toda
su vida. Nada ilustra mejor el valor del instante que los videos de lapso de
tiempo (time-lapse). Son esos videos
fascinantes donde podemos ver un día de la ciudad en diez segundos, o la vida,
e inevitable muerte, de una flor en dos suspiros, como se pudre (o no) una
hamburguesa en un mes, o como una persona pasa de bebé a niño, de niño a
adolescente y de adolescente a adulto en tres minutos. Incluso procesos naturales
o vitales son comprimidos por la dictadura del instante. Una noticia de más de
dos páginas es tediosa, un video de más de cinco minutos excesivo. La sabiduría
tradicional nos decía aquello de no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy;
esta llamada a la responsabilidad y al buen uso del tiempo le convendría hoy ser
substituido por el más instantáneo: No
dejes para luego lo que puedas hacer ahora.
Y es sorprendente la cantidad de cosas que se pueden llegar a hacer en
un ahora.
La cultura de la inmediatez puede ser en muchos aspectos
algo positivo, pero comporta también ciertos riesgos. Uno de ellos es la falta
de ritmos, de tiempos vitales. Nuestras vidas están marcadas por ritmos, y no
nos referimos tan sólo a los ritmos cronológicos (días, semanas, meses, etc.)
sino a ritmos existenciales. Los griegos
clásicos tenían dos palabras para referirse al tiempo: Kronos es el paso del tiempo, el tic tac del reloj, los días y
horas; es el tiempo que podemos robar con los videos de time-lapse. La otra palabra
era kairos, que se refiere a los
tiempos apropiados, los tiempos o etapas que como individuos o como sociedad
vamos viviendo. Hay kairos comunes a
casi todos, el kairos del
aprendizaje, del estudio. En ocasiones los capítulos de nuestras vidas revelan kairos específicos. Uno se da cuenta que
es el tiempo apropiado para comprometerse en la sociedad, o el tiempo para realizar
un proyecto anhelado, o el tiempo, porque no, de hacer limpieza profesional o
emocional y empezar de nuevo. A veces no está el tiempo maduro para empezar un
proceso de reconciliación, porque estamos todavía en un kairos de curar heridas. Tal vez alguno se da cuenta que ya pasó el
tiempo de recibir y toca ya empezar a dar. También la sociedad tiene sus
tiempos apropiados. Y con el paso del tiempo (kronos) se despierta el pueblo y se da cuenta que terminó el tiempo
(kairos) de sobrevivir y que llegó el
tiempo (kairos) de levantarse y
luchar.
El problema de la inmediatez con respecto a las etapas en
nuestras vidas puede describirse con una analogía robada de las matemáticas
básicas que aprendíamos en Educación Básica incluso antes del tiempo de wikipedia.
La inmediatez se asemeja a la infinitud de puntos que constituyen una recta. Esta
masa de puntos infinitos que se amontonan por millones, parecen hacer irrelevante
no solo el punto de inicio y el punto final de la recta en cuestión sino su
dirección. Los estímulos, los mensajes,
los bips, los timbres, las imágenes, las noticias, los saludos, parecen
amontonarse sin sentido en una recta desorientada. Hoy más que nunca tenemos
que aprender a redescubrir y a identificar los kairos en nuestras vidas. No es una invitación al conformismo sino
al contrario, es un recuerdo de que todos estamos inmersos en procesos de crecimiento
y que la dictadura del instante puede hacernos creer que no existen o no tienen
importancia. Pero en realidad es bueno hablar de ritmos, de etapas y tiempos,
porque nos ayuda a tomar distancia de la inmediatez que nos invade y nos ayuda
a entender de dónde venimos, en que situación estamos y qué nueva recta tenemos
trazar.
Ser gente consciente de los de tiempos nos ayuda a valorar
la espera y la paciencia, vocablos que la era de la inmediatez ha convertido en
enemigos y en sinónimos de conformismo y resignación. La inmediatez nos
apremia, nos acosa, nos atenaza para poder precipitarnos hacia una nueva
elección, siempre pendiente de un nuevo estímulo.
Desde la inmediatez elegimos, pero es desde la espera,
desde la conciencia del tiempo, desde donde realmente podemos decidir.
Por otro lado, esperar el tiempo propicio no es
necesariamente rendirse a los acontecimientos sino reconocer en qué tiempo
están también los demás, y ello nos ayuda a adaptarnos y ponernos en su misma
sintonía. Ser amantes de los tiempos es en cierto sentido el garante de la
empatía. La empatía se cultiva respetando los momentos y procesos en que están
los demás, y eso desde la pura inmediatez es imposible. La inmediatez se alía
más fácilmente con el egoísmo que con el desprendimiento.
Ser gente “de tiempos” también nos ayuda a ser personas
dinámicas. Nos ayuda a descubrir cuándo cerrar capítulos en nuestras vidas con
la confianza de que tenemos que abrir otros nuevos. Nos ayuda a no conformarnos
ni en el éxito ni en el fracaso. La
inmediatez, en su permanente ansia de priorizar la continuidad a la dirección,
tiende a caer en la monotonía, el sinsentido y el conformismo.
Mencionábamos al inicio las reticencias melancólicas y un
poco paradójicas que suscita la era tecnológica. No podemos rechazar nuevas
evoluciones históricas simplemente porque desplazaron aquellas en las que
crecimos. El momento tecnológico está aquí y hay que abrazarlo con optimismo e
ilusión. Pero conviene no olvidar que tan importante es el instante irrepetible
del ahora como los tiempos y etapas que necesariamente tenemos que cruzar en
nuestras vidas. Hay tiempos o etapas tanto a nivel cultural o social como también
los hay en nuestra vida emocional, en nuestro camino profesional o vocacional, en
nuestro compromiso social o político, o en nuestros propios procesos
psicológicos o espirituales. Ninguna dimensión escapa al ritmo de los tiempos.
En esta época vertiginosa y vigorosa, abierta a las posibilidades infinitas de
la inmediatez, toca no perder de vista la importancia de los kairos, a nuestro alrededor y toca saborear
de nuevo las hermosas palabras del Predicador:
Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el sol;
Tiempo de nacer, y tiempo de morir;
Tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
Tiempo de matar, y tiempo de sanar;
Tiempo de destruir, y tiempo de construir;
Tiempo de llorar, y tiempo de reír;
Tiempo de hacer duelo, y tiempo de bailar;
Tiempo de arrojar piedras, y tiempo de recogerlas;
Tiempo de abrazar, y tiempo de separarse;
Tiempo de buscar, y tiempo de perder;
Tiempo de guardar, y tiempo de tirar;
Tiempo de rasgar, y tiempo de coser;
Tiempo de callar, y tiempo de hablar;
Tiempo de amar, y tiempo de odiar;
Tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Eclesiastés 3:1-8
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