ESPACIO DE REFLEXIÓN
Ni elitismo ni asimilación
acrítica: levadura en la masa
Toda comunidad cristiana corre el riesgo de caer en un cierto “elitismo
espiritual”. Creer que, ya que hemos decidido dejarlo todo y hacer del
Evangelio nuestro programa de vida, “somos mejores” que los demás.
Naturalmente, creernos superiores en virtud del mensaje
cristiano, que nos invita precisamente a ser servidores y a descubrir a Dios en
todo y en todos (¡no solamente en nosotros!) sería un desafortunado
contrasentido. Y sin embargo, qué duda cabe que podríamos caer entonces en el
peligro contrario: como no queremos ser elitistas ni separarnos de la realidad
que nos rodea, nos integramos tanto en ella que acabamos diluyéndonos: en el
proceso, tan propio del espíritu que promovió el Vaticano II, de “abrazar” el
mundo, perdemos aquella originalidad, aquella singularidad que nos confería la
fe audaz en el Evangelio. Somos tan “del mundo” que perdemos el espíritu
crítico que nos daba el mensaje cristiano, y dejamos de aportar
constructivamente un punto de vista propio, necesario. Creemos que nuestro
empeño por no creernos “especiales”, porque realmente no lo somos, nos exige
asimilarnos acríticamente en el contexto cultural, ideológico, político y
social que nos rodea –y por el camino perdemos al Evangelio mismo.
Para evitar este segundo extremo se impone la siguiente reflexión: como
seguidores de Jesús sí tenemos un modo peculiar de estar en el mundo. Y sí es
legítimo querer aportar nuestra perspectiva cristiana al mundo. ¿Cómo hacerlo
sin caer en el elitismo?
Quizá, como siempre, la respuesta esté en el Evangelio mismo, señal de que
ya Jesús y las primeras comunidades se habían planteado este tema. Lo que hay
que ser es levadura en la masa (Mt 13, 33).
En esta imagen perfecta está todo contemplado: la levadura no es la masa,
no pierde su carácter, pero sin embargo existe
para la masa, en la que se confunde, transformándola.
Mientras que el elitismo espiritual se fundaba en una mentira (creer que
porque intentamos vivir el Evangelio somos mejores que otra gente), la
asimilación acrítica es una opción mediocre fruto del miedo. Entre estos dos
campos estériles serpentea nuestro camino: ser levadura.
La imagen aporta una reflexión importante sobre la naturaleza misma de las
comunidades cristianas y de la Iglesia: pues si somos levadura no tenemos otro
propósito que fermentar la masa. Nadie se come un plato de levadura. La
levadura sólo tiene sentido mezclada con la masa. Una comunidad sin misión es
inútil: la razón de ser de toda comunidad es fermentar el mundo a su alrededor
y hacerlo sabroso. Tampoco nadie se come un plato de sal, siguiendo con las
imágenes que usó Jesús. Y tampoco la luz (tercera de las metáforas con que
Jesús compara a sus discípulos) tiene sentido “para sí”: la luz, en otras palabras,
no se ilumina a ella misma, sino a lo que ya existe independientemente de ella,
pero que en la oscuridad quedaba oculto. Las tres metáforas, pues, levadura,
sal y luz, van en una idéntica línea: la vida de una comunidad cristiana sólo
tiene sentido cuando transforma, ilumina, mejora las vidas de los demás y la
realidad a su alrededor.
Martí Colom