jueves, 31 de octubre de 2013

LA HISTORIA DE DANIEL
En la Casa San José de Cochabamba siempre hay historias que contar. Cada chico en situación de calle que es acogido en esta casa tiene ya una larga historia de sufrimiento, de tristeza, pero también de superación y de esfuerzo.
Daniel tiene 13 años y lleva seis meses acogido en la Casa San José. Desde que era pequeño, su padrastro le maltrataba físicamente, y también a su madre. Lo mandó solo, con engaños, a la ciudad de La Paz, donde se extravió y acabó acogido una temporada en un centro de niños. Las autoridades lo mandaron a nuestro centro de Cochabamba, sabiendo que su madre y hermanos se encontraban acogidos en otro hogar de la misma ciudad. Allí su madre recibía ayuda psicológica y emocional para salir adelante junto con sus hijos. Actualmente la madre ha salido del hogar, vive con sus hijos menores y está en vías de encontrar un trabajo que le permita solicitar la reinserción familiar de Daniel. No lo ha hecho todavía, pero todos tienen esperanza de que esto ocurra pronto, cuando la familia tenga una estabilidad económica y social. Mientras tanto su madre y hermanos le visitan regularmente.
Una de las últimas visitas fue el día de su cumpleaños, una fiesta emotiva, con la familia y los compañeros de la Casa. Daniel, su madre y sus hermanos son un ejemplo de que a veces se puede salir del círculo de maltrato intrafamiliar y recomponer la familia, con mucho esfuerzo y mucho amor. Les deseamos que pronto estén todos juntos de nuevo.


lunes, 28 de octubre de 2013

A FONDO

LAS CARAS DE LA IGLESIA: ¿Y QUIÉN ES "LA IGLESIA"?

Los miembros de la Comunidad de San Pablo tenemos el gran privilegio de poder convivir, trabajar y aprender de diferentes sociedades, mundos y culturas. De esta manera, tenemos oportunidad de conocer diferentes caras de la Iglesia, tanto las formas en que los cristianos nos identificamos y relacionamos con ella, como también las diferentes caras que ofrecemos a la sociedad en distintos lugares del planeta. Cuando con frecuencia alguien nos pregunta cuál es la postura de “la Iglesia” sobre tal o cual tema, cómo es que “la Iglesia” no hace esto o lo otro, “¿has visto lo que ha dicho “la Iglesia” sobre tal asunto?”, me planteo cada vez más: ¿de qué Iglesia estamos hablando?

Para muchos de nosotros, la Iglesia Católica solamente tiene una cara: la más cercana, la que me enseñaron mis padres, la que nos transmiten los medios de comunicación social, la de mi parroquia, mi ciudad, mi país. He querido detenerme a pensar, por un momento, en las siguientes caras de la Iglesia que he podido ir conociendo en mi limitada experiencia.

En Europa, y en otras sociedades occidentales, hemos aprendido a dar un gran valor a las personas concretas, a su identidad irrepetible. A la vez, y en defensa del individuo, somos muy críticos ante las instituciones, sobre todo cuando sentimos que éstas limitan o coartan nuestras libertades personales. En nuestras sociedades de origen y mayoría cristiana, muchos vemos hoy a la Iglesia como una realidad alejada de nuestras vidas diarias, gobernada y representada por “otros”, portadora de unos valores antiguos, casi anacrónicos; y si no nos ofrece todo aquello a lo que aspiramos, nos mantenemos al margen.

Sin embargo, los misioneros son comúnmente percibidos como la otra cara de la moneda, la parte sana, valiente y admirable de la Iglesia, como si se tratara de sus “cascos azules” que de alguna forma logran redimir la imagen lejana y negativa de la Iglesia… La gran sensibilidad social y la defensa de los derechos del individuo que profesamos hacen que acabemos midiendo a la Iglesia por aquello que “hacen” sus misioneros, mientras que sus enseñanzas, que nos recuerdan el valor del sacrificio personal y las paradojas de la vida cristiana, nos generan rechazo. Esta es una cara de la Iglesia, que deriva en una actitud de indiferencia ante una institución a la que criticamos con facilidad pero a la que acudimos en momentos señalados de nuestra vida; a la que exigimos mucho y, en general, aportamos poco.

En África me he encontrado con una realidad bien distinta a la europea: aquí el ser humano tiene mucho más desarrollado su sentido colectivo, de pertenencia a un grupo humano concreto, y la religión es la que inserta a la persona en una historia y en una sociedad específica, a través del contacto con el pasado y con el futuro, con los ancestros y con la descendencia… Las personas, y los cristianos en concreto, encuentran en la Iglesia una Familia más que una institución, que les aporta un sentido de pertenencia, de seguridad, de acogida. Por otro lado, y para poder preservar este sentido de pertenencia, no tienen mayor problema en cambiar de iglesia o incluso de religión cuando las circunstancias cambian, ya que lo importante es pertenecer a un colectivo con identidad religiosa, no tanto si se trata de unos u otros. No siempre hay una conciencia clara de la identidad específica de la Iglesia Católica: el individuo no es nada si no pertenece, es la pertenencia lo que lo define, lo protege, le da una identidad,  y por lo tanto, ser católico, anglicano, musulmán o animista es igualmente válido, mientras sepamos que no estamos solos y que pertenecemos a una comunidad del presente, en contacto con el pasado y caminando hacia el futuro.

En el contexto africano he visto que no solemos preocuparnos demasiado por lo que ocurre en las “altas esferas”, porque se trata de nuestra familia, y lo que hagan los jerarcas es asunto de “mayores”. Nos sentimos parte de nuestra Iglesia, sobre todo a nivel local, grupal, familiar, aunque eso de la Iglesia universal posiblemente nos quede un poco lejos. Pero estamos orgullosos de nuestra Iglesia, en la que rezamos, bailamos, reímos y lloramos, como ocurre en todas las familias.

Haciendo otro salto, y habiendo vivido un tiempo en los Estados Unidos de América, he observado otra mentalidad que podría denominar de conciencia de “minoría” entre los católicos. Aquí vivimos sabiéndonos rodeados por otras confesiones cristianas y por otras religiones, y por lo tanto estamos un poco “a la defensiva”: tenemos que proteger nuestra identidad para que no se pierda la esencia, lo específico del ser católico: justo al contrario que en África, aquí se trata de defender una y otra vez aquello que nos hace diferentes de los demás grupos, incluidas las formas, las tradiciones, cualquier detalle. Y nuestra pertenencia a la Iglesia Católica es en ocasiones apasionada, buscando en todo momento aquello que nos hace ser católicos, que nos otorga identidad propia… ¡hasta a los curas muchas veces queremos convencerles para que sean más y más católicos, que se vea la diferencia!

Buscando esta cara de Iglesia militante, comprometida, segura de sí misma, queremos una Iglesia que sepa defender los valores sobre los que está fundada, y que no se diluya en un mundo de moral un tanto dudosa, y que nos genera cierta desconfianza.

En México, por otro lado, he observado que, junto a una élite todavía fruto de la Ilustración, escéptica en materia de religión, vive un sector amplio de población, resultante del mestizaje cultural y religioso, con un fuerte sentido de religiosidad popular, que busca (y encuentra) en la Iglesia Católica el cauce para poder canalizar sus anhelos espirituales, de comunicación con la realidad divina. Esta religiosidad popular, que moviliza a millones de personas cada año hacia lugares de peregrinación, y jalona el calendario de fiestas de contenido religioso, llena un vacío existencial, y ofrece una respuesta a la búsqueda de sentido y de identidad. Rozando a veces la superstición y el sincretismo, sin embargo hay aquí una fe genuina y sincera, reflejo de una visión trascendente de la realidad que va más allá de la vida que podamos percibir con nuestros sentidos.

La Iglesia, además, se convierte en dispensadora de bendiciones, institución valiosa a la cual poder recurrir en caso de necesidad, promesa de permanencia y garantía de estabilidad en un mundo siempre amenazado por lo efímero y por la violencia recurrente.

En India, donde he podido conocer algo la vida religiosa, la población cristiana, tan en minoría, ha sabido cultivar un sentido de pertenencia muy marcado, que les permite profesar su fe con orgullo. Siempre conscientes de ser una minoría en un universo dominado por religiones milenarias, los cristianos en Asia viven activamente su pertenencia a la Iglesia, a la cual dedican muchas energías y esfuerzos, y en la que depositan todas sus esperanzas y orgullo.

Y me sigo preguntando, cada vez más: ¿quién y qué es la Iglesia? ¿Es la curia, la jerarquía visible, heredera de la Cristiandad Romana de Constantino? ¿Son aquellos que, con fortuna diversa, copan los titulares en los medios de comunicación? ¿Es la religiosa misionera que atiende a los moribundos de SIDA en un hospital rural del África negra, son los millones de peregrinos que inundan el Santuario de la Virgen de Guadalupe en la ciudad de México el 12 de diciembre? ¿Es el grupo de oración que mantiene vivo el rezo del rosario entre los inmigrantes indios y filipinos en los países del Golfo, son los monjes cartujos que conservan una vida de paz y oración en medio de un mundo frenético, es la mujer de fe que lucha por mantener unida a su familia en la oración a pesar del alcoholismo de su marido? En este mundo global, en medio de sociedades cada vez más heterogéneas y diversas, cuando nos hemos acostumbrado ya a los términos multicultural y multilateral, la Iglesia ha adquirido tantos rostros como personas que creen en la buena noticia de Cristo encarnado, que se hace presente en todas y cada una de las realidades del mundo.

Creo que nadie puede arrogarse el privilegio de ser más Iglesia que los demás, pero tampoco nadie tiene porqué creerse menos Iglesia que aquellos a los que en ocasiones señalamos como “la Iglesia”. Ciertamente Jesús de Nazaret, un judío de hace 2000 años, no pudo prever el mundo en el que vivimos en el siglo XXI, pero su mensaje, que ha sido capaz de interpelar todas las culturas y civilizaciones a lo largo de la historia, tiene que asumir tantas caras como realidades en las que se sigue encarnando.

Yo creo en una Iglesia que, siendo una, tiene infinitas caras: diferentes entre ellas, pero que forman un cuerpo plural y diverso en el que todos tenemos cabida.

                                                                                 Pablo Cirujeda

jueves, 24 de octubre de 2013

VISITA DEL VICARIO GENERAL DE LA ARCHIDIÓCESIS DE MILWAUKEE A SABANA YEGUA, REPÚBLICA DOMINICANA

Del día 17 al 24 del pasado mes de septiembre el P. Pat Heppe, Vicario General de la Archidiócesis de Milwaukee (EE.UU.) visitó la parroquia La Sagrada Familia de Sabana Yegua. Su viaje fue una buena ocasión para fortalecer los vínculos entre la parroquia y la Archidiócesis de Milwaukee, hermanadas desde hace ya más de 30 años. Este hermanamiento, iniciado en 1981, se ha ido solidificando a lo largo del tiempo y, como el mismo P. Heppe nos recordaba, ha sido una fuente de bendiciones para ambas partes.

Fue una semana intensa en la que él participó de la actividad pastoral de la parroquia, incluyendo varias celebraciones litúrgicas. También pudo ver sobre el terreno algunos proyectos de promoción humana que llevamos a cabo en la región y que vinculan a mucha gente de Milwaukee con Sabana Yegua.

Desde aquí nuestro agradecimiento sincero al P. Heppe por su visita. Con su acostumbrada sencillez y jovialidad, y con sus palabras de apoyo, animó a todo el equipo parroquial de Sabana Yegua  a seguir adelante en la labor.


jueves, 17 de octubre de 2013

ESPACIO DE REFLEXIÓN

La religión, radicalmente redefinida por la transfiguración

El relato de la transfiguración, presente en los tres evangelios sinópticos (Mt 17,1-8; Mc 9,2-13; Lc 9,28-36), tiene sin duda una gran riqueza e importancia. Es de aquellos pasajes evangélicos que nunca parecen agotar su potencial expositivo, su profundidad.

Si aquí nos planteamos una vez más cuál es su mensaje esencial es para proponer que, en términos muy simples, lo fundamental es que los tres discípulos que acompañan a Jesús a lo alto de la montaña suben para encontrarse con Dios y se encuentran con un hombre.

Es bien sabido que muchas culturas han concebido las cimas de los montes como lugares propicios para el encuentro con la divinidad. En Israel mismo se han descubierto restos de altares paganos en lugares elevados. Y en el Antiguo Testamento, Moisés tiene que subir al Monte Sinaí para recibir la Ley de Dios, así como Elías busca el contacto con el Señor en las alturas del Monte Carmelo. Parecería que ahora el turno le toca al Tabor, que allí los discípulos verán a Dios. Podemos imaginar que los evangelistas construyen el relato para darnos a entender que con esta mentalidad subieron Pedro, Juan y Santiago la cuesta de este monte galileo, siguiendo a su maestro y amigo.

Pero lo que allí sucederá es radicalmente diferente. A quien encuentran, por decirlo así, es a Jesús. Él es quien se transfigura y se les muestra; y si Moisés y Elías aparecen es para luego, en seguida, desaparecer, y subrayar así que quien permanece es Jesús; y si se escucha una voz divina es para señalar que a quien deben escuchar es a Jesús (la voz, en efecto, no se señala a sí misma, su mensaje es que escuchen al maestro de Nazaret). Todo, así, apunta a una nueva realidad: que el lugar de encuentro con Dios ya no es la montaña, sino la persona.

En el Tabor no sucede nada divino. O sí, pero sucede en Jesús. Podríamos decir que con el episodio de la transfiguración terminan para siempre ya las antiguas religiones y empieza una forma nueva, totalmente diferente, de entender el hecho religioso (que muchas veces todavía hoy no hemos asumido y comprendido plenamente). Y es que en esta narración se nos describe diáfanamente que Dios ya no se quiere mostrar más que en el hombre. Esta es la gran originalidad del cristianismo. Que implica necesariamente, insistimos, una nueva forma de entender y vivir la religión. Desde aquí, desde la certeza de que el nuevo y definitivo lugar de la presencia de Dios es el ser humano, ser “religioso” ya no puede implicar el alejamiento de los demás para evitar la contaminación de lo mundano. Ya no puede significar el aprendizaje de extraños códigos, de una sabiduría a-humana, o in-humana, a la que sólo tendrían acceso unos pocos privilegiados; la religión ya no puede exigir el dominio de lenguajes extraños, propios e incomprensibles. Todo esto es lo que buscaría Pedro, asustado (al fin y al cabo, Lucas nos dice que Moisés y Elías, después de hablar claramente de la muy mundana realidad de la muerte de Jesús, que iba a consumar en Jerusalén, ya empezaban a irse cuando el primer apóstol lanzó su propuesta desesperada), al sugerir que se quedaran para siempre en la cima sagrada, compartiendo la revelación privilegiada de la que sólo ellos habían sido testigos.

Desde la transfiguración, la religión sólo puede comprenderse como algo radicalmente nuevo: de hecho, se trata de algo que poco tiene que ver con lo que todavía hoy muy a menudo concebimos como religioso. Porque para nosotros, la religión no puede ser ya otra cosa que comprender cada vez mejor nuestra humanidad, y vivirla plenamente. Que es exactamente lo que hizo Jesús con su vida.
                                                                                    Martí Colom


jueves, 10 de octubre de 2013

CHARLA SOBRE NUTRICIÓN PARA LAS ENCARGADAS DE FARMACIAS POPULARES DE LA PARROQUIA LA SAGRADA FAMILIA (REPÚBLICA DOMINICANA)

El programa de farmacias populares, que depende del centro de salud La Sagrada Familia, en Sabana Yegua, ofrece medicamentos a bajo costo a varias comunidades rurales de la región, muchas de ellas alejadas de centros de salud. Las mujeres responsables de las farmacias realizan esta labor de forma voluntaria para el bien de su comunidad, y regularmente amplían su formación sobre los medicamentos y su uso. En esta ocasión, aprovechamos la visita de la Dra. Mireia Morera, médico especializada en nutrición, para que diera una charla a estas mujeres y que ellas a su vez enseñen lo aprendido a sus comunidades. Las comunidades tienen numerosos problemas y deficiencias nutricionales, así que la formación compartida por la Dra. Morera fue muy beneficiosa.



jueves, 3 de octubre de 2013

ESPACIO DE REFLEXIÓN

“Venid y lo veréis”

La invitación de Jesús a los que, intrigados, le preguntan dónde vive, “venid y lo veréis” (Jn 1,38-39), indica en primer lugar que el Evangelio no se puede explicar como si fuera una teoría: hay que experimentarlo, hay que verlo. Ahora bien, esta invitación tiene otro aspecto que merece ser meditado: si le decimos a alguien que venga para ver, que venga y vea, debemos tener algo que mostrar. No sea que quien se decida a venir llegue y encuentre una casa desangelada, una comunidad sin alegría, un envoltorio sin nada dentro, una Iglesia sin espíritu.

Los cristianos no podemos quejarnos de que nuestras iglesias están vacías sin hacernos a la vez una pregunta auto-crítica: aquellos que de vez en cuando deciden asomarse a nuestras comunidades, aquellos que, en una palabra, “vienen”… ¿“ven” entonces algo atractivo, algo que les interpele?

No tenemos mucho derecho a lamentar la indiferencia de muchos hacia la fe si cuando se animan a visitarnos no descubren en nosotros nada que les hable al corazón. De nuevo: si invitamos a alguien a venir y a ver, debemos tener algo que mostrar. 
                                                                                       Martí Colom