ESPACIO DE REFLEXIÓN
La ganancia del fracaso
Las personas maduras son las que saben
fracasar: en efecto, demuestra madurez aquel que asume sin hundirse un
desengaño, un gran contratiempo, una decepción. A eso llamamos saber fracasar.
Que alguien asuma el fracaso no
significa que éste no le afecte, pues la tristeza que conlleva no haber podido
llevar a término un sueño es natural. Asumir tampoco significa resignarse, sin
reflexionar, sobre las causas y razones del fracaso. Asumir significa que uno
no queda frenado o paralizado, y sobre todo que sabe preguntarse qué lecciones
negativas, pero también positivas, puede sacar de su desengaño.
Desde una perspectiva cristiana, la
reacción madura ante un fracaso es buscar la presencia de Dios en aquello que
aparentemente nos fue mal. Estando siempre dispuestos a leer los signos de los
tiempos en lo que no pudo ser, a cuestionar si lo que se frustró fue nuestro
proyecto personal o el Evangelio, y a buscar cómo la sabiduría de Dios puede
hacer surgir aspectos positivos y sanadores de nuestro naufragio, para nosotros
mismos o para otros. Una persona madura, en definitiva, sabe enfrentar así el
contratiempo: sabe fracasar.
De hecho, asumir los fracasos nos
transforma en mejores personas. Las heridas son parte de la vida. Son
inevitables. Y la madurez consiste en reconocer que nuestras heridas son una
parte importante de nuestra identidad. Es bien sabido que a veces nuestras
reacciones y posturas solamente se pueden explicar a partir de nuestras
heridas. Existe la tendencia a negar esta obviedad, y a pretender que sólo
nuestros éxitos y fortalezas explican quiénes somos. Y entonces escondemos o
negamos los fracasos ―con lo cual entramos en un mundo de falsedades, donde
sólo acaba importando la imagen “exitosa” de nosotros mismos que vamos
construyendo. Los éxitos y aciertos son parte de nuestra identidad, claro que
sí: pero también lo son las decepciones y desaciertos. Un mundo de gente que se
reconociera en sus heridas sería un mundo más suave y más humano que un mundo
donde únicamente contaran los éxitos. Que sólo mis logros me identifiquen
significa que entraré en una dinámica competitiva contigo. Reconocer que
también los fracasos nos definen es una postura mucho más realista, que nos
invita a hermanarnos con los demás, que barre la competitividad fuera del
escenario y que nos deja, humildes y auténticos, con nuestros aciertos y
equivocaciones: más dispuestos a comprender, a perdonar, a buscar segundas
oportunidades.
La persona que ha sabido fracasar, en
definitiva, reconoce que en sus heridas, también en ellas, quizá especialmente en ellas, está su identidad más profunda: una
identidad que no está hecha ni única ni principalmente de prepotencia y éxitos,
sino de pequeños y grandes desaciertos. Asumirlo nos ayudará a ser mejores
personas.
Martí Colom
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