ESPACIO DE REFLEXIÓN
El engaño de la exclusión
En los
evangelios nos encontramos una y otra vez con un Jesús que no rechaza a nadie y
que, al contrario, se opone a toda exclusión. Con esta actitud, Jesús refleja
el amor incluyente de su Padre. Pero hay algo más: quien excluye, quien decide
que otro u otros “no son dignos” de su compañía, no sólo adopta una actitud
opuesta a la de Jesús. Además, se está engañando a sí mismo. Porque detrás de
la exclusión (“a ti no te quiero”) la mentalidad que hay es que uno no necesita al otro: “puedo prescindir
de ti”. Y eso es, sencillamente, falso. Nos necesitamos todos. No podemos
prescindir de nadie porque en cada persona brilla de una manera única y
peculiar el espíritu de Dios. Quien usando su autoridad excluye a otro le hace
un daño y se hace daño a sí mismo: se empobrece, al limitar su propia
posibilidad de acceder ni que sea un poco más al misterio inagotable de Dios.
Dicho de otra
manera: puesto que sólo podemos llegar a Dios a través de los demás, considerar
a alguien indigno de mí y de los míos y apartarlo es una actitud no solamente
soberbia, sino también irresponsable, pues con ella estoy empobreciendo mi
propia realidad y mi posibilidad de relacionarme con Dios. La exclusión nace de
la decisión arbitraria de que puedo (y hasta debo) prescindir de una persona o
colectivo determinados porque “Dios no está en él o ellos”. Cuando lo cierto es
que nada que me autoriza a llegar a tal premisa. La práctica de Jesús proclama
justamente lo contrario: que Dios está en todo el mundo.
Todo eso puede
parecer muy obvio. Y sin embargo no debe serlo, ya que siguen existiendo entre
nosotros exclusiones de todo tipo. Todas se fundamentan en el error de pensar
que hay personas prescindibles.
Martí Colom
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