sábado, 10 de enero de 2015

ESPACIO DE REFLEXIÓN

EL BAUTISMO DE JESÚS: LA DECISIÓN

Esteve Redolad

El bautismo de Jesús es probablemente uno de los eventos más importantes y trascendentes de su vida y sin embargo su fiesta, que tiene lugar en la Iglesia una semana después de la Epifanía, quizás sea una de las celebraciones más depreciadas y menos valoradas del calendario litúrgico, llegando de puntillas al final de las fiestas de Navidad.

Parece como que si el bautismo de Jesús hubiera sido en un mero trámite, cuando en realidad fue un evento fundamental en su vida, el momento en el que él tomó plena conciencia de su misión e inició su compromiso público, muy probablemente sin saber todavía el alcance pleno de su decisión. Pero como decimos, en la cultura popular a veces parece como si ya muy pronto en su vida, o acaso ya desde su nacimiento, Jesús estuviera dotado con la capacidad de saber exactamente todo lo que le iba ocurrir: ya sabía de antemano que iba a ser bautizado por Juan en el Jordán, y cuál era su misión e identidad. Vistas así las cosas, el bautismo pierde buena parte de su relevancia.

En el fondo, la necesidad de creer que en el bautismo de Jesús no hubo una decisión racional consciente y por lo tanto no predeterminada, es decir, creer que Jesús no tuvo opciones y también dudas a lo largo de su vida (antes y después de su bautismo), viene dada por el miedo a comprometer su divinidad (o sea a no hacerlo demasiado parecido a nosotros). Por ello, a pesar de su nacimiento humilde y sencillo, pronto hemos hecho de Jesús un súper-hombre dotado de poderes sobrehumanos, entre ellos el poder de la omnisciencia: el hombre que lo sabía todo desde el instante de su nacimiento. El problema, naturalmente, es que en el esfuerzo de no comprometer la divinidad de Jesús corremos el riesgo de poner en tela de juicio su plena humanidad.  

Hay que vigilar por lo tanto con las características sobrehumanas que a menudo, para garantizar su divinidad,  atribuimos a Jesús. De hecho, en realidad, cuanto más especial y sobre-humano hacemos a Jesús, menos hombre es, y en este camino de la “super-hombreización” nos perdemos el elemento clave y transcendental de la Encarnación y por ende de nuestra fe: Jesús es persona como nosotros. 

También es Dios, pero la divinidad de Jesús no le viene dada por supuestos atributos sobre-humanos sino por su capacidad de abrirse totalmente a la voluntad de Dios, por su capacidad radical de amar y de darse a los demás. Esta es la gran paradoja de nuestra fe, de la fe en Dios hecho hombre: cuanto más humanos seamos, cuanto más libres seamos para amar, en cierta forma, más divinos somos. 

En resumen, si en el afán de hacer de Jesús un superhombre creemos que  ya desde temprana edad tenía claro su papel mesiánico, su vida y su fatídico final, entonces su bautismo es a todas luces irrelevante. Pero la experiencia de Jesús en el Jordán no es un simple episodio ya preestablecido y conocido por él, sino una experiencia fundamental en su itinerario vital. En su bautismo, Jesús toma la decisión de dedicar su vida por y para la liberación de los demás y se reconoce como el Mesías. Pero es que además, y eso es lo realmente crucial de su bautismo, Jesús es capaz de cambiar el mesianismo propio de la expectación judía caracterizado por ser un Mesías triunfal, poderoso, exclusivista, político y religioso, a un mesianismo universal, de los pobres, de la compasión y la tolerancia, de la liberación no solo política sino la liberación integral de la persona como sujeto histórico, social, religioso, cultural y psicológico.


Desde el momento de su bautismo, pasando por la llamada a sus discípulos y durante todo su ministerio público, la misión de Jesús es precisamente intentar dar a entender qué tipo de Mesías es y cómo podemos nosotros imitarle… al final,  el intento le va a costar la vida, pero va a hacer posible que nosotros también podamos seguirle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario