Dar fruto, ser fruto
“Dar
fruto” es un tema recurrente en el discurso de Jesús. Es aquello que define al
discípulo: la persona que ha comprendido su mensaje se transforma en alguien
que “da fruto”. Jesús, en el Evangelio de Mateo, durante su enfrentamiento
final con los sumos sacerdotes y ancianos, después de explicar la parábola de
la viña de la que los labradores quisieron apropiarse, pronuncia una frase impresionante:
“Se os quitará a vosotros el Reino de
Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” (Mt 21, 43).
Y
al leerla unos debe interrogarse: ¿y qué son exactamente esos “frutos del
Reino” que deberíamos dar si no queremos que se nos quite el Reino mismo? No
deja de ser una frase curiosa. Meditándola, uno comprende que los frutos del
Reino son y serán siempre, sencillamente, personas.
Cada uno de nosotros. La viña que se nos confía a cada uno son los años, largos
o cortos, de que disfrutamos en este mundo. El fruto somos nosotros mismos: el
tipo de persona que decidimos ser. Más que pensar en realizar grandes hazañas o
gestos o proezas se trata de cuidar nuestra propia actitud ante la vida, ante
los demás, nuestra identidad. Por eso, quizá sería mejor hablar directamente de
“ser fruto” que de “dar fruto”. Es bien sabido que las personas, como los
frutos de la tierra, podemos ser insulsas, amargas, venenosas… o dulces,
sabrosas y nutritivas. Dios nos llama a ser frutos que alimentan, porque
nuestra tarea más importante, en esta vida, será siempre ayudar a otros a
crecer (a la vez que permitimos que otros nos ayuden a crecer a nosotros).
Martí Colom
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ResponderEliminarGracias por ayudarnos en esta prueba, Clemente!
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