sábado, 23 de marzo de 2013


ESPACIO DE REFLEXIÓN

SEMANA SANTA (o el Ciclo de la Vida)

El Triduo de Pascua, es decir, Jueves Santo, Viernes Santo y Domingo de Pascua, constituye un proceso que nos habla sobre la vida como fiesta (Jueves Santo), la vida entregada (Viernes Santo) y la vida renovada (Domingo de Pascua). Casi todas las áreas de nuestra vida se someten a este proceso básico. La naturaleza misma nos da un buen ejemplo de este proceso,  tal como nos muestra la obra El Rey León con la canción “El ciclo de la vida”. Vamos a tratar de describir brevemente cada uno de los pasos.

Jueves Santo es la fiesta de la Eucaristía, la cena de la fiesta Pascual, la fiesta, la alegría espontánea, la danza... Jesús lavando los pies de sus discípulos y la traición de Judas marcan la transición hacia el Viernes Santo, la pasión, el momento en que la vida se da totalmente en la Cruz, abandono completo, vida entregada. El sufrimiento, el dolor,  la desesperación, todo comprimido en un día fatídico y terrible. El proceso, sin embargo, continúa y pasa al Domingo de Pascua, la Resurrección. La vida renovada, la vida con significado, propósito y misión: La vida que da fruto. Esta vida con sentido finalmente trae nueva vida, y con ella nuevas fiestas, nuevos jueves santos...

Cuanto más conscientes seamos de estos tres aspectos de nuestra vida, mejor vamos a ser capaces de discernir y ver nuestras experiencias y nuestros sentimientos de una manera más objetiva y equilibrada. Hay ejemplos que podríamos utilizar de este viaje de tres partes. Puede haber algunos mini-triduos pascuales en nuestras vidas: en la vida académica (admisión, alegría del inicio/exámenes / graduación); en la experiencias de trabajo (la alegría de ser contratado/el sufrimiento de las luchas y dificultades laborales /paga, promoción, jubilación), la vida familiar (la alegría del noviazgo, la boda,  la luna de miel / los momentos de dificultades familiares / tener hijos, ser abuelos). A veces, puede haber sólo triduos internos o emocionales. Lo que parece muy cierto es que la mayoría de los procesos en nuestras vidas, ya sea a corto o a largo plazo, de un modo u otro, siguen estos tres pasos.

Las tres partes del proceso se necesitan mutuamente y, de hecho, uno no puede sobrevivir sin los otros dos. La vida no tendrá sentido sólo con jueves santo. El banquete, la fiesta, es sin duda una dimensión esencial y necesaria de la vida, pero si uno no tiene expectativas y proyectos por los cuales saber y poder sacrificarse se queda vacío. En este sentido, podemos decir que la noción de una luna de miel eterna podría ser identificada como una contradicción, puesto que la luna de miel toma su encanto de ser corta, y antes de afrontar los retos de la vida. El Viernes Santo es el dolor y la muerte. Por sí mismo, es pura negación de sentido, es absurdo. La Cruz no tiene sentido sin la Resurrección. Es muy peligroso justificar el sufrimiento por el bien que pueda producir, pero aun así, la visión de un resultado positivo hace que el sufrimiento tenga sentido, sea digno y soportable. Por último, Domingo de Pascua, la resurrección de la vida, cuando alcanzamos la felicidad, la energía, y al ánimo, al ser capaces de encontrar sentido a quienes somos y lo que hacemos, y así podemos reconocer que, a pesar de nuestras limitadas capacidades, podemos  ser una influencia positiva para el mundo y para los que nos rodean. En resurrección, la vida se regenera, las baterías se recargan, estamos en condiciones de volver a soñar, volver a pensar, volver a empezar de nuevo.

Valoremos, pues, y aceptemos todos y cada uno de los “jueves santos” de nuestras vidas, todos esos momentos de paz, de risa, de alegría y de camaradería. Hagamos frente a nuestros viernes santos con fuerza, con humildad y con la esperanza misteriosa de que ese sufrimiento no es en vano. Y regocijémonos tanto en las pequeñas como en las grandes resurrecciones de nuestra vida, en las que el amanecer finalmente llega después de una larga noche,  los momentos en los que de nuevo, logramos poner un pie en el suelo después de la caída, y damos este primer paso, con un sentido renovado de la humildad, y el propósito, listos para celebrar de nuevo, sí, listos para una nueva fiesta, un nuevo banquete.

                                                                        Esteban Redolad

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