ESPACIO DE REFLEXIÓN
El arte de sintonizar
Parte de los muchos
problemas inherentes a la convivencia humana es la dificultad que a veces
tenemos las personas para sintonizar nuestras emociones y estados de ánimo unos
con los otros. A veces un gran acontecimiento y otros una concatenación de
circunstancias muy simples e irrelevantes puede hacer nuestro día brillante. Y
precisamente ese día no entendemos cómo la persona que tenemos al lado parece no
apreciar el momento, incapaz de dibujar una sonrisa. Puede ser altamente
irritante. Por supuesto también puede ocurrir lo contrario. Aquellas veces
cuando nada parece ir bien e incomprensiblemente la gente que nos rodea parece
estar pasándola de maravilla en su ignorancia, y sonriendo por las cosas más
estúpidas. Eso también es irritante. Lo cierto es que es difícil lograr estar en
sintonía con los estados de ánimo de otras personas. Primero, porque estamos
profundamente convencidos, y con razón, de que nuestro estado de ánimo, la
forma como me siento en este momento, es tan única e intrínsecamente mi
prerrogativa que nadie tiene derecho a hacerme sentir algo distinto. En segundo
lugar porque los estados de ánimo son muy reales, y no es tan fácil cambiar o
modificarlos a voluntad. Es difícil pero no imposible.
Quizás una de las
características que todos deberíamos intentar practicar más es la empatía. Aun
siendo difícil, todos tenemos la capacidad de adaptarnos al estado de ánimo de
los demás. Estamos dotados de la capacidad de ir más allá de nuestros propios estados
de ánimo. Empatía es la actitud en la que dejamos que otros sean, por lo menos
temporalmente, nuestro centro de referencia. A través de la empatía les
permitimos que ocupen nuestro espacio emocional para su propio desahogo, consuelo
y satisfacción. Que nadie se llame a engaño, es más difícil de lo que podemos
imaginar. Imaginemos que alguien llorase la pérdida de un ser querido. No
haríamos a esta persona ningún favor si empezamos, con el pretexto de ser
empático, a explicar nuestras propias experiencias de pérdida. Lo mismo ocurriría,
en positivo, cuando alguien que viene a nosotros muy contento para compartir
las aventuras de un viaje reciente. Por supuesto que queremos ser parte de la
conversación de una manera significativa, pero no mostraríamos ninguna empatía
si empezamos a fanfarronear acerca de nuestras propias experiencias de viaje,
tal vez a países más exóticos y aventuras más riesgosas. Empatía es dejarnos
conquistar emocionalmente por los demás. Y sí, tiene que ser temporal. No sólo
es difícil sino también muy agotador, muy desgastante. Todos necesitamos
empatía de otros. Todos tenemos que ocupar espacios de otras personas, esta es
la forma por la cual nos sentimos amados y queridos. En un grupo donde todos den
sus espacios a la empatía, la necesidad de cada individuo de comprensión,
compasión, de una voz amable y de un hombro reconfortante, se satisface
sobreabundantemente. Es una tarea muy difícil, el mundo de las relaciones
humanas es extremadamente complejo, pero cuanto más trabajemos en este
intercambio, en esta red de empatía, más viviremos en el Reino de los Cielos.
Una nota final. Como
sucede con el llanto o la risa, los estados de ánimo a menudo son contagiosos.
La siguiente frase es injustamente dramática pero muy clara: “una manzana
podrida estropea todo el montón”. A todos nos toca transformar esta imagen.
Quizás en algo así: “una sonrisa fácil, un corazón cálido, una mirada gentil,
una palabra amable, un gesto empático, puede difundirse y multiplicarse de
manera sorprendente, inesperada y extraordinaria”.
Esteve Redolad
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