jueves, 7 de noviembre de 2013

ESPACIO DE REFLEXIÓN

El arte de sintonizar

Parte de los muchos problemas inherentes a la convivencia humana es la dificultad que a veces tenemos las personas para sintonizar nuestras emociones y estados de ánimo unos con los otros. A veces un gran acontecimiento y otros una concatenación de circunstancias muy simples e irrelevantes puede hacer nuestro día brillante. Y precisamente ese día no entendemos cómo la persona que tenemos al lado parece no apreciar el momento, incapaz de dibujar una sonrisa. Puede ser altamente irritante. Por supuesto también puede ocurrir lo contrario. Aquellas veces cuando nada parece ir bien e incomprensiblemente la gente que nos rodea parece estar pasándola de maravilla en su ignorancia, y sonriendo por las cosas más estúpidas. Eso también es irritante. Lo cierto es que es difícil lograr estar en sintonía con los estados de ánimo de otras personas. Primero, porque estamos profundamente convencidos, y con razón, de que nuestro estado de ánimo, la forma como me siento en este momento, es tan única e intrínsecamente mi prerrogativa que nadie tiene derecho a hacerme sentir algo distinto. En segundo lugar porque los estados de ánimo son muy reales, y no es tan fácil cambiar o modificarlos a voluntad. Es difícil pero no imposible.

Quizás una de las características que todos deberíamos intentar practicar más es la empatía. Aun siendo difícil, todos tenemos la capacidad de adaptarnos al estado de ánimo de los demás. Estamos dotados de la capacidad de ir más allá de nuestros propios estados de ánimo. Empatía es la actitud en la que dejamos que otros sean, por lo menos temporalmente, nuestro centro de referencia. A través de la empatía les permitimos que ocupen nuestro espacio emocional para su propio desahogo, consuelo y satisfacción. Que nadie se llame a engaño, es más difícil de lo que podemos imaginar. Imaginemos que alguien llorase la pérdida de un ser querido. No haríamos a esta persona ningún favor si empezamos, con el pretexto de ser empático, a explicar nuestras propias experiencias de pérdida. Lo mismo ocurriría, en positivo, cuando alguien que viene a nosotros muy contento para compartir las aventuras de un viaje reciente. Por supuesto que queremos ser parte de la conversación de una manera significativa, pero no mostraríamos ninguna empatía si empezamos a fanfarronear acerca de nuestras propias experiencias de viaje, tal vez a países más exóticos y aventuras más riesgosas. Empatía es dejarnos conquistar emocionalmente por los demás. Y sí, tiene que ser temporal. No sólo es difícil sino también muy agotador, muy desgastante. Todos necesitamos empatía de otros. Todos tenemos que ocupar espacios de otras personas, esta es la forma por la cual nos sentimos amados y queridos. En un grupo donde todos den sus espacios a la empatía, la necesidad de cada individuo de comprensión, compasión, de una voz amable y de un hombro reconfortante, se satisface sobreabundantemente. Es una tarea muy difícil, el mundo de las relaciones humanas es extremadamente complejo, pero cuanto más trabajemos en este intercambio, en esta red de empatía, más viviremos en el Reino de los Cielos.

Una nota final. Como sucede con el llanto o la risa, los estados de ánimo a menudo son contagiosos. La siguiente frase es injustamente dramática pero muy clara: “una manzana podrida estropea todo el montón”. A todos nos toca transformar esta imagen. Quizás en algo así: “una sonrisa fácil, un corazón cálido, una mirada gentil, una palabra amable, un gesto empático, puede difundirse y multiplicarse de manera sorprendente, inesperada y extraordinaria”.

                                                                               Esteve Redolad


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