ESPACIO DE REFLEXIÓN
Estar
en Adviento: entre la búsqueda y la sorpresa
El Adviento es probablemente uno de los
tiempos litúrgicos menos conocidos en la sociedad civil, y quizás de los menos
populares dentro de ambientes creyentes. Este abandono se sitúa en marcado contraste con la Navidad, que puede
presumir de ser la fiesta religiosa más conocida del planeta. La Navidad
también es, hay que admitirlo, aunque sea con rubor, la más secularizada de las
fiestas de guardar. La secularización es
ese proceso invencible mediante el cual cualquier fiesta o acto transcendente,
espiritual o religioso, se convierte en una tradición más o menos vacía, con
oportunidades comerciales suculentas o en folklore más o menos festivo que
entra a formar parte del depósito cultural de una sociedad. A pesar de que la
Navidad haya sido desnudada de su componente religioso, su importancia parece
haber empujado al Adviento al rincón del olvido. Pero no nos dejemos llevar por
apariencias navideñas: el Adviento como tiempo litúrgico puede que esté condenado
al anonimato, pero no por ello es menos celebrado.
Difícilmente encontraremos unas fiestas que
tengan un periodo de preparación tan largo y tan intenso como la Navidad. Pocas
fiestas parecen generar más expectativas y exigir más preparación. Las buenas
intenciones, vistosas decoraciones, el sinfín de regalos, los destellos
solidarios, las escuetas felicitaciones, los pegadizos villancicos, todo ello
arropado por buenas e insistentes campañas publicitarias, han logrado crear el
espíritu navideño semanas antes de la fiesta en sí. La preparación de las
navidades se ha convertido por derecho propio en un tiempo de expectación viva
y de intenso gozo anticipativo, estrechamente relacionado, pero distinto, a las
fiestas a la que precede. Es el mismo
espíritu de preparación, de anticipación, de alegría contenida, tan propio del Adviento.
Así pues, parece que como la Navidad, el adviento ha sucumbido a un proceso similar de secularización. Quizá para
la mayoría las formas religiosas del Adviento se han diluido en los avatares de
la historia, pero aun así el espíritu del Adviento, ese espíritu de anhelo y
preparación tan exclusivo del género humano, permanece en nosotros.
Una de las características antropológicas del Adviento
plasmada fielmente en nuestro Adviento secularizado es la actitud de
preparación, de búsqueda. La alegría de la anticipación se vive cuando estamos
inmersos en una búsqueda activa de sentido, en una búsqueda valiente de
dignidad y felicidad tanto propia como ajena. Es la búsqueda no del que ha
perdido algo sino más bien del que quiere encontrar, la búsqueda del que explora,
investiga. La actitud de búsqueda nos
impulsa a ser gente curiosa, indagadora, gente con iniciativa, sin miedo a
soñar, con pasión por hacer planes de futuro. Esta dimensión de búsqueda no solo
es saludable y necesaria sino que nos dignifica como personas. Planificar,
explorar con ilusión, con esperanza, con realismo, es signo de madurez personal
y de un razonable progreso social. Cualquier circunstancia, persona o sistema político
o cultural que obstaculice nuestro capacidad de buscar y planificar, cualquier
elemento que reduzca nuestras opciones, que malbarate nuestro poder de decidir,
que dormite nuestra ilusión de ser dueños de nuestro futuro, atenta directamente
contra nuestra dignidad como personas. Todos tenemos el derecho y la obligación
de ser parte de aquello que acontece y no meros espectadores de un sistema que
a menudo dicta lo que tenemos que pensar. Ser personas en Adviento significa no
solo tener la capacidad de prever sino también de construir nuestro propio
futuro de una forma realista, crítica y siempre esperanzada.
Pero Adviento es también un tiempo de descubrimiento,
de escucha. No son pocas las veces en las que tenemos que aprender la
importancia de ser simples observadores de la realidad. No es siempre fácil ser
espectadores cuando lo que queremos es llevar las riendas de nuestras vidas, pero
una actitud de escucha, de dejarnos sorprender, nos hace tolerantes y abiertos
a lo imprevisto, a factores, personas, circunstancias o elementos que escapan a
nuestro control. Nuestra actitud de búsqueda, nuestra capacidad de soñar y
nuestro anhelo por querer hacer realidad lo que soñamos siempre tiene que ir
acompañada por una actitud de escucha, por una disposición a descubrir, a
dejarse moldear y transformar y cambiar por todo aquello que, gracias a Dios,
no somos capaces de anticipar. La actitud de búsqueda y preparación tiene que
estar abierta a miríadas de contingencias que cuestionen nuestras decisiones, nuestros
planes y nuestros posibles éxitos. Si no guardamos espacio para dejarnos
sorprender, para descubrir lo que permanecía fuera de nuestro control, nuestro
proceso de búsqueda será simplemente una fuente de desesperación y frustración y
el indicativo de nuestra propia prepotencia e intolerancia que exige que todo a
nuestro alrededor se amolde o doblegue a nuestros planes. Ser gente en Adviento
es pues, también, ser descubridores, estar a la escucha de lo que acontece
dentro y más allá de nosotros, todo aquello que nos hace replantear y cambiar
actitudes, opiniones y planes preestablecidos. Una escucha pasiva, una
observación neutra, descubrir sin construir nuevas iniciativas es sucumbir a la
apatía.
Quizá para muchos Adviento no sea un tiempo
fuerte litúrgicamente hablando, pero entre preparativos navideños, comidas
celebrativas y reencuentros familiares, ojalá sepamos cultivar el equilibrio
entre dos actitudes tan propias y bonitas de Adviento: nuestra capacidad para
soñar, buscar y preparar nuestro futuro, y nuestra capacidad para escuchar,
descubrir, y para dejarnos sorprender por los que nos rodean.
Esteve Redolad
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