ESPACIO DE REFLEXIÓN
CIEGOS, AL BORDE DEL CAMINO
Los tres evangelios sinópticos narran la historia de la
curación de un ciego en las inmediaciones de Jericó. Los relatos tienen
importantes diferencias entre ellos, pues naturalmente responden al proyecto
literario particular de cada evangelista: por ejemplo, en Marcos (Mc 10,46b-52)
el ciego tiene nombre (Bartimeo), mientras que los ciegos de Mateo (Mt
20,29-34) y Lucas (Lc 18,35-43) son anónimos; por otro lado, en Mateo son dos los ciegos le piden a Jesús que los
cure, y no a uno solo como en Marcos y Lucas. Al mismo tiempo, hay rasgos
fundamentales del episodio que se repiten en los tres evangelios. Aquí nuestro
propósito no es hacer un estudio comparativo de las diferencias sino
precisamente centrarnos en el hecho de que los tres pasajes describen, al
iniciar la escena, al ciego (o ciegos en el caso de Mateo) sentado al borde del camino; al final, después de dialogar con
Jesús y recuperar la vista, en los tres evangelios los ciegos se ponen a seguirlo. Marcos especifica: «en el camino» (Mc 10,52).
Sin entrar en un análisis detallado de todos los matices y niveles de significado que tiene el episodio nos queremos concentrar en este aspecto: de estar inicialmente junto al camino, el ciego ya con la vista recuperada pasa a seguir a Jesús en el camino. Nos parece esencial comprender que el hecho de estar al borde del camino era la causa de la ceguera, no su consecuencia. Dicho con otras palabras: el ciego no estaba al borde del camino porque era ciego, sino que era ciego porque estaba al borde del camino.
Sin entrar en un análisis detallado de todos los matices y niveles de significado que tiene el episodio nos queremos concentrar en este aspecto: de estar inicialmente junto al camino, el ciego ya con la vista recuperada pasa a seguir a Jesús en el camino. Nos parece esencial comprender que el hecho de estar al borde del camino era la causa de la ceguera, no su consecuencia. Dicho con otras palabras: el ciego no estaba al borde del camino porque era ciego, sino que era ciego porque estaba al borde del camino.
Pensar lo primero (que estaba al borde del camino porque
era ciego) sería asumir que los evangelistas nos ofrecen una simple descripción
literal y por ello bastante anodina de una situación factual: un ciego pide
limosna y lo hace sentado junto a un camino, para no ser pisoteado por los que
transitan por él. Pero sabemos que los evangelios no quieren ser crónicas
precisas de episodios meramente históricos, sino textos catequéticos cargados
de simbolismo e intencionalidad. Si aquí la intención es describir, como en
tantas otras ocasiones, las resistencias al seguimiento de Jesús, entonces
vemos que probablemente el mensaje central del pasaje está en comprender, como
decíamos, que aquel hombre era ciego
porque estaba al borde del camino. Este personaje describe a todos aquellos
que deciden no caminar, no implicarse, no involucrarse en el itinerario de
Jesús, a los que rehúyen el compromiso, a los que quizá pretenden ser
espectadores y no actores… y que, a causa
de esta actitud, quedan ciegos. Que es lo mismo que decir que para comprender
(ver bien) una realidad hay que entrar de lleno en ella. Al mantenerse no en el
camino sino junto a él (es decir, allí donde según la parábola del sembrador la
semilla no dio fruto ―Mc 4,4 y 4,15), los hombres pierden la capacidad de ver
correctamente.
Así entendido, el episodio de los ciegos de Jericó nos
enseña que la fe implica seguimiento, y que sólo el seguimiento alimenta la fe.
Incluso en medio de dudas, es mejor caminar que sentarnos; indecisos, al borde
del camino, quedaríamos ciegos.
Más allá de la aplicación exclusiva al tema del
discipulado, que ciertamente contiene, este pasaje nos ofrece una observación
general sobre la vida: nos dice que quien pretenda mantenerse alejado de una
situación (la que sea) muy probablemente será incapaz de comprenderla. Y su
reverso en positivo, nos dice que la única manera de ver y entender una
realidad en toda su complejidad es entrando y participando en ella. Es el dilema
perenne de los antropólogos, que precisamente quieren comprender culturas
extrañas a la suya sabiéndose a la vez extranjeros, y a menudo la distancia del
observador hacia lo que observa, y quizá la misma naturaleza intencionalmente
desapasionada de su mirada, imposibilita precisamente la comprensión de lo que
se ve: se magnifican detalles secundarios de la cultura estudiada y se pasan
por alto rasgos esenciales de la misma. Podríamos decir que los que logran su
objetivo, los auténticos antropólogos, son aquellos cuyo trabajo de campo les
lleva a caminar realmente con aquellos a quienes estudian. O dicho de otra
manera: es precisamente porque al borde del camino quedamos ciegos que la
antropología no podrá prescindir nunca del trabajo de campo. Desde un despacho
universitario jamás se podrá comprender la experiencia vital de grupos humanos
lejanos. Sólo «caminando» en medio de otras culturas empezaremos a
comprenderlas (ni que sea de forma imperfecta).
Sólo si nos involucramos en las vidas de los demás
conseguiremos los elementos necesarios para por lo menos empezar a
comprenderlas en toda su complejidad.
Martí Colom
Martí Colom
En algún sitio leí (o me lo estoy inventando) algo así como: "Cuando nos hacemos pobres con los pobres luchamos con todo nuestro ser por ganarle terreno a la pobreza"... Tu artículo me ha puesto a pensar en que si me quedo siempre mirando a los que peor lo pasan siempre desde una cierta distancia nunca podré sentir enteramente su sufrimiento, por tanto, no pondré todos mis esfuerzos, absolutamente todos, en ayudarlos a salir de este. ¡Gracias!
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