ESPACIO DE REFLEXIÓN
LA SUPERIORIDAD MORAL QUE CIEGA
Martí Colom
El 9 de agosto de 2014 el
diario español El País publicó un buen artículo de Nir Baram, escritor israelí,
titulado La hora de actuar, sobre el interminable conflicto entre judíos y
palestinos. Me parece que su análisis de ciertas tendencias que él ve en la
sociedad israelí actual se puede trasladar a otros contextos. Baram habla en
concreto del sentimiento de «superioridad moral» que el gobierno de Israel
fomenta. Cita al primer ministro B. Netanyahu diciendo que un «inmenso abismo
moral» separa a los judíos de los palestinos. El autor sostiene que este
discurso impide ver la realidad de los hechos y buscar soluciones auténticas a
la violencia.
Como decíamos, independientemente de si su argumento es válido o no aplicado a Israel (no es este el objeto del presente apunte), nos da la impresión que su concepto de una superioridad moral que ciega a quien se convence a sí mismo de tenerla es muy fecundo: se podría emplear, por ejemplo, para para describir ciertos sectores y grupos de nuestra querida Iglesia. Sectores y grupos que han elaborado el mismo discurso que el autor del citado artículo achaca al gobierno israelí: se han auto-convencido de que sus motivos son más puros que los de los demás, su compromiso más firme, su fe más auténtica, su doctrina más santa, su sacrificio más generoso. Naturalmente, todo eso les hace inmunes tanto a la auto-crítica como a la valoración de lo que hay de positivo en sectores distintos de la misma Iglesia, en comunidades diferentes, donde se viven otras sensibilidades. A la vez, el sentimiento de superioridad moral sirve para que quienes lo tengan justifiquen cualquier iniciativa propia: iniciativas que ellos cuestionarían si las tomaran otros les parecen, desde su lado del abismo, plenamente aceptables.
Acierta Nir Baram al usar
el término sentimiento, pues
es exactamente eso –lo cual convierte este autoengaño en más sutil y
difícil de corregir que si fuera una idea. No lo es, nadie lo formula como tal, nadie lo articula,
nadie afirma abiertamente (en la Iglesia) que «nosotros somos mejores que
ellos»: pero mediante insinuaciones y sobre todo críticas más o menos abiertas
a los demás, se fomenta el sentimiento, que penetra los espíritus, las
conciencias –el sentimiento que cegará y justificará todo lo que sirva para
consolidar la propia identidad.
Para
los creyentes la tentación de caer en el autoengaño de nuestra superioridad
moral y pensar que un inmenso abismo nos separa de los demás siempre será un
peligro real del que deberemos protegernos, con sensatez y humildad.
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