Haimanot quería darnos una sorpresa cuando nos dijo, con
una amplia sonrisa, que la acompañáramos a casa de su hermana Asrat. Llegamos a
la casa y sus amigas habían preparado una comida especial para celebrar el
nacimiento de Binian, el segundo hijo de Asrat.
Asrat tenía que
estar en reposo y por lo tanto vecinas y familiares se ocuparían durante varios
días de cocinar para la familia y
atenderla en todo lo necesario. Lo hacen siempre, es su manera de ayudarse, de
quererse. En Meki, donde la Comunidad de San Pablo trabaja en un proyecto de
salud y de acompañamiento a grupos de mujeres, la hospitalidad es muy importante.
Mientras comíamos con las manos, sentadas en el suelo alrededor del plato (tal
y como es costumbre en Etiopía) charlamos de las familias, los hijos, el
trabajo, y acabamos hablando de nuestras religiones. Estábamos allí con Hannan,
Gudo, Leke, Cherunet y Bayush: mujeres ortodoxas, católicas y musulmanas.
La actual constitución de Etiopía reconoce la “libertad
de religión de todos sus ciudadanos, incluyendo la libertad de difundir las
creencias y convertirse a otra religión”. También reconoce a los padres el “derecho
a educar a sus hijos en su propia fe”. En el preámbulo de la constitución se establece
que el “desarrollo uniforme de las diversas culturas y religiones es una de las
condiciones indispensables para garantizar una paz duradera, una democracia
definitiva y próspera y un desarrollo económico y social acelerado para Etiopía”.
Nosotras, en nuestro día a día en Meki, podemos ver ese deseo de paz en casas
como la de Asrat.
Hannan, musulmana, y Gudo, católica, nos contaban que
comer juntas del mismo plato es una muestra de aprecio, un momento en el que
comparten lo que tienen. Es entonces cuando se van fortaleciendo los lazos de
amistad entre ellas sin hacer distinciones entre personas ni religiones. Ellas
lo creen y es lo que quieren transmitir a sus hijos para seguir construyendo
una paz verdadera en sus familias y comunidades.
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