ESPACIO DE REFLEXIÓN
SOBRE LOS USOS DE LA
HISTORIA
El
historiador Marc Bloch escribió, citando un proverbio árabe, que «los hombres
son más hijos de su tiempo que de sus padres»[1]. Una
consecuencia importante de este diagnóstico es que las personas tenemos más en
común con nuestros contemporáneos de otras culturas (con quienes compartimos la
época, el “tiempo”) que con nuestros propios antepasados, que participaban de
unas sensibilidades y contextos culturales que hoy nos son ajenos. Si esto
siempre ha sido cierto, todavía lo debe ser más en el presente, cuando la
comunicación entre los que compartimos la misma época ha alcanzado niveles
previamente desconocidos.
Quizá
por eso sorprende, y es natural que sorprenda, el uso que a veces hacemos de la
historia, dando por sentada la evidencia y prioridad de nuestro vínculo con
generaciones pasadas. Sorprende que tan a menudo el discurso de muchos
políticos gire alrededor de nuestra vinculación con aquellos que nos
precedieron –y se afirma sin mucho titubeo que los logros y fracasos de los que
vivieron en nuestras tierras hace cientos de años son nuestros logros y
fracasos. El resultado es que muchas veces vivimos en tensión y conflicto con
nuestros contemporáneos por culpa de las opciones, desmanes, crueldades y
abusos de gente que vivieron hace siglos en sociedades que ya no existen, en
contextos culturales que no tienen nada que ver con el nuestro.
No
se trata de negar la evidente conexión con nuestros padres y abuelos, con
nuestros bisabuelos… pero si nos alejamos más allá y vamos cuatro, cinco o diez
generaciones atrás, tendremos que reconocer que los que entonces (hace dos,
tres, cuatro o diez siglos) ocuparon la geografía donde hemos nacido e incluso llevaron
nuestro mismo apellido son, en realidad, perfectos desconocidos. Y que dos
contemporáneos vivan enfrentados por las opciones de sus ancestros es, a fin de
cuentas, absurdo.
Es muy
hermoso conocer la historia y amar la propia tradición cultural, pero es
peligroso querer buscar en hechos remotos (nacidos de otras circunstancias y
sensibilidades) la justificación o razón última para mis actos presentes.
Martí
Colom
[1] Marc
Bloch, Introducción a la historia
(Fondo de Cultura Económica, México/Madrid/Buenos Aires, 1952) p. 32.
"...es peligroso querer buscar en hechos remotos (...) la justificación o razón última para mis actos presentes." ¡Vivamos nuestro hoy!
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