ADVIENTO: ¿PARA QUÉ NOS PREPARAMOS?
Javier Guativa
La palabra “adviento”, que significa venida, nos habla de un principio, la encarnación de Jesús, y de un final, la segunda venida del Señor para concluir la historia de la salvación y comenzar esa época definitiva, más allá de nuestra medida de tiempo, en que Dios será todo en todos. El Señor vino y vendrá, y la Iglesia, para cultivar las dimensiones de vigilancia y acogida ante estas ocasiones de encuentro con Jesús nos invita a vivir este tiempo litúrgico.
Los textos que leeremos durante el adviento confieren a este tiempo cierta unidad, que se muestra sobre todo en la lectura casi diaria del profeta Isaías. Sin embargo, el adviento puede dividirse en dos partes, cada una de ellas con su singular importancia.
- Desde el primer domingo de adviento hasta el 16 de diciembre, la liturgia expresa el aspecto escatológico de este tiempo, alentándonos a esperar la segunda venida de Cristo.
- Del 17 al 24 de diciembre la liturgia sigue animando nuestro espíritu de espera, pero esta vez con la intención de que nos preparemos directamente para celebrar la Navidad.
Como es bien sabido, el adviento no es tanto una cuestión de calendario como una actitud espiritual que debería durar todo el año y que en estos días intensificamos de un modo especial. No estamos esperando un nacimiento que ya sucedió, ni creemos que esté próximo el fin del mundo. Así como el pasado, la Navidad de Belén, sigue vivo y presente en nuestra vida, también lo está el futuro: el Reino que Jesús inauguró ya está aquí. Lo que hacemos en adviento es ponernos el despertador para mantenernos alerta y seguir construyendo el Reino de Dios en nuestro pequeño mundo.
Cuando leamos en este adviento páginas optimistas del profeta Isaías no deberíamos fácilmente tacharlas de utópicas o irrealizables, ya que son un anuncio del proyecto de Dios, del “programa” que él nos ofrece. Este adviento es tiempo de mirar hacia delante con ilusión, con confianza. Tenemos derecho a soñar como sigue soñando Dios, con unos cielos nuevos y una tierra nueva. Dios no pierde la esperanza: tampoco nosotros deberíamos perderla.
El adviento es una invitación a la esperanza, a buscar nuevas fronteras, a mirar con atención a nuestro Dios que es siempre Dios-con-nosotros. Esa invitación y esa mirada nos hacen vivir con confianza y alegría interior. Es la alegría que nos alienta a una actitud de vigilancia y al compromiso de mejorar el mundo en el que vivimos. El adviento es la puerta abierta al futuro. La historia de la salvación no ha terminado, sino que apenas ha comenzado.
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