jueves, 13 de agosto de 2015

ESPACIO DE REFLEXIÓN

EL DISCURSO DEL PAN DE VIDA (I)

Martí Colom

El alimento que perdura

En las misas dominicales de las últimas semanas hemos venido escuchando el llamado discurso sobre el pan de vida, en el que Jesús insiste, una y otra vez, en que él es alimento para todos: se trata de una larga sección del Evangelio de Juan que empieza después de la escena en que Jesús da de comer a una multitud con cinco panes y dos peces (Jn 6,1-15) y ocupa el resto del capítulo sexto, hasta su final (6,71).

Quisiéramos detenernos a meditar sobre un par de momentos de dicha sección. El primero lo encontramos en Jn 6,27, cuando el día siguiente a la multiplicación de los panes y los peces, Jesús se dirige a la misma multitud y les dice: «Trabajad, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para siempre».

Nos parece que, más allá de la interpretación espiritual (y sin duda pertinente) según la que Jesús quiere subrayar con estas palabras la importancia de vivir con los ojos puestos en horizontes que vayan más allá del mundo presente, el texto también permite una interpretación más práctica o “terrenal” (por así decirlo), que por otro lado en nada contradice la anterior. Veámoslo.

Jesús ve la multitud, que ha ido tras sus pasos porque él les alimentó, y se da cuenta inmediatamente de que entre ellos y él se ha creado una relación de dependencia: son, recordémoslo, los mismos hombres y mujeres de los que se ha querido alejar porque «iban a llevárselo para hacerlo rey» (6,15). Y Jesús sabe que ninguna dependencia es buena, que el Padre nos quiere libres, autónomos. Por eso les anima a que trabajen por el pan que no termina. “El alimento que se acaba” sería aquel que otros tienen que darte, que tú no sabes generar: te lo ofrecen, lo consumes, y en seguida tienes que poner de nuevo la mano, pidiendo más. El alimento que perdura, por el contrario, es aquel que uno mismo sabe producir, y que por lo tanto nos permite ser autónomos. El pan que no termina es análogo a la fuente interior de agua viva que Jesús le promete a la mujer samaritana (Jn 4,14), y que la liberará de tener que ir diariamente al pozo. Jesús está invitando a los que le escuchan a que descubran su dignidad, a que experimenten la presencia de Dios en su interior, y así comprendan que no necesitan a ningún rey, ni cacique, ni líder carismático con respuestas para todo, pues en ellos mismos existe el potencial para salir adelante, por su propio pie. Hacer este descubrimiento es encontrar el pan que dura para siempre.

Así leído, este pasaje puede iluminar el modo en que vivimos nuestra fe y desempeñamos nuestros apostolados: y ayudarnos a entender que cada vez que en nuestro ministerio (como sacerdotes, religiosas o laicos comprometidos) creamos dependencias de aquellos a quienes servimos hacia nosotros, estamos actuando con criterios muy distintos a los del evangelio. Porque nuestra misión es la misma que la de Jesús: ayudar a que todos sean autónomos, a que aquellos a quienes servimos descubran sus propias herramientas para crecer y desarrollarse (por difícil que sea lograrlo, que sin duda lo es). Anunciar el evangelio es, por encima de todo, ayudar a que las personas sean conscientes de su propio valor como hijas e hijos amados del Padre. Por eso es liberador, porque implica la toma de conciencia de la presencia de Dios en uno mismo –pan vivo que perdura y surtidor de agua que no se acaba.

Luego, naturalmente, será deseable que desde una sana autonomía (es decir, desde un deleite del pan que no termina nunca) queramos vincularnos unos con otros, formando comunidad. Sería triste que usáramos la autonomía conseguida para desarrollar un estilo de vida individualista: como ya me valgo por mí mismo, me desentiendo de todos. Pero es un riesgo que vale la pena correr, porque de lo que no cabe dudar es de que solamente personas libres, que trabajen por el pan que perdura, podrán formar una comunidad cristiana digna de este nombre. Personas dependientes del pan que se acaba formarán tribus, clanes, pandillas, sectas o caricaturas de familia, pero no auténticas comunidades del evangelio de Jesús.  

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En una reflexión posterior meditaremos sobre el otro momento del discurso sobre el pan de vida que queríamos comentar.


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