UN ADVIENTO SIN CEGUERA
Martí Colom
Hoy iniciamos el
Adviento, y una mirada a las lecturas de este primer domingo nos puede ayudar a
enfocar y a vivir de manera fructífera el tiempo de preparación para la Navidad
que ahora empezamos.
Tenemos, por un
lado, la voz optimista y confiada de Jeremías: «Mirad que llegan los días en
que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel… en aquellos días
suscitaré a David un vástago que hará justicia… en aquellos días se salvará
Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos». Por otro lado Jesús también asegura,
en consonancia con el profeta, que «se acerca vuestra liberación», pero su
mensaje es más matizado, pues antepone a esta promesa final una advertencia inquietante,
de resonancias apocalípticas: «Habrá signos en el sol y la luna y las
estrellas, y en la tierra angustia de las gentes… los hombres quedarán sin
aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo».
Jesús, más realista y sobrio que Jeremías, quiere ser quizá más honrado con
aquellos que le escuchamos, y nos dice: “sí llegará la paz, y es cierto que los
que buscan la justicia no quedarán defraudados… pero ¡ojo!, primero habrá
pruebas, conflictos, angustia y sufrimiento”. El Adviento no es, en otras
palabras, un tiempo de baja intensidad, huérfano de preocupaciones, durante el
cual lo único que se nos pide es que decoremos nuestros hogares con pesebres,
árboles y ornamentos navideños mientras esperamos la noche del 24 de diciembre
al son de villancicos, pretendiendo que vivimos en un mundo sin dolor. El
nacimiento ya próximo del Príncipe de la Paz no significa la desaparición
mágica de toda violencia. El niño, de hecho, nace cada año en un mundo herido
por ella.
Quizá en este
2015 la verdad que encierran las palabras de Jesús sea para muchos
especialmente obvia. Más de uno habrá escuchado la descripción de “la angustia
de las gentes”, de los “hombres sin aliento por el miedo y la ansiedad” y se
habrá dicho: está hablando de nosotros. El terrorismo brutal en París, Beirut y
Egipto de las últimas semanas, las guerras que en vez de cesar se multiplican
por doquier, las imágenes espeluznantes de colas interminables de refugiados
cruzando los caminos de Europa, las frágiles embarcaciones que alcanzan a
diario las costas griegas, italianas o españolas cargadas de inmigrantes, la
intolerancia creciente con la que algunos responden al dolor de los que llegan…
todo ello parece confirmar, con creces, el dramatismo del Evangelio de este
domingo. Y sin embargo no podemos olvidar que al final Jesús coincide con
Jeremías y anuncia sin ambigüedades la victoria de la paz y una aurora de
libertad.
Lo que queríamos
subrayar con estas líneas, por lo tanto, es que la vivencia profunda del
Adviento requiere que escuchemos el mensaje completo
que hoy Lucas pone en boca del Señor: y que en consecuencia huyamos tanto de la
ilusión estéril de pensar que habitamos en un jardín sin conflictos como de la
desesperanza (igualmente infecunda, y errada) de creer que las calamidades
tendrán la última palabra.
Tan importante es
que los que podrían entender este tiempo como una invitación a inhibirse y a
pretender que el mundo es un paraíso escuchen con atención la advertencia de
Jesús, y abran los ojos al dolor ajeno, como que los que podrían prestar oídos
solamente al anuncio de tragedias oigan también la conclusión del pasaje:
«Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra
liberación», y trabajen por un mañana mejor, con confianza y optimismo.
Nuestro tiempo no
es muy distinto de las épocas que nos precedieron: como sucede ahora, toda edad
tuvo aquellos que creyeron que su mundo era la culminación de la historia
humana, que habían alcanzado la cima y habían logrado la sociedad perfecta. Y
se engañaban, pues sólo podían mantener dicha ficción a base de ignorar el
dolor de sus hermanos. También hubo siempre aquellos para quienes, en cambio, sus
tragedias superaban las de cualquier momento anterior, los que aseguraban que
su horror era nuevo, más cruel o insalvable que el de sus abuelos, señal irrefutable
de que la victoria definitiva del mal ya era un hecho. También ellos se
engañaban: primero, porque su dolor no era más feroz que el de sus ancestros (la
violencia siempre es desgarradora, suceda hoy o hace mil años, y ocurra en las
calles de Francia o en las de Mosul); y segundo, y sobre todo, porque al final
Jeremías y Jesús tendrán razón, y el Adviento es espera de aquel que, en efecto,
un día traerá la paz.
¿Cómo vivir este
Adviento? Rechazando tanto la ceguera del ingenuo como la del pesimista. Esta
es la tarea de quien quiera escuchar, sin miedo y con confianza, las palabras
de Jesús.
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