jueves, 31 de enero de 2013

ESPACIO DE REFLEXIÓN


Dar fruto, ser fruto

“Dar fruto” es un tema recurrente en el discurso de Jesús. Es aquello que define al discípulo: la persona que ha comprendido su mensaje se transforma en alguien que “da fruto”. Jesús, en el Evangelio de Mateo, durante su enfrentamiento final con los sumos sacerdotes y ancianos, después de explicar la parábola de la viña de la que los labradores quisieron apropiarse, pronuncia una frase impresionante: “Se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” (Mt 21, 43).

Y al leerla unos debe interrogarse: ¿y qué son exactamente esos “frutos del Reino” que deberíamos dar si no queremos que se nos quite el Reino mismo? No deja de ser una frase curiosa. Meditándola, uno comprende que los frutos del Reino son y serán siempre, sencillamente, personas. Cada uno de nosotros. La viña que se nos confía a cada uno son los años, largos o cortos, de que disfrutamos en este mundo. El fruto somos nosotros mismos: el tipo de persona que decidimos ser. Más que pensar en realizar grandes hazañas o gestos o proezas se trata de cuidar nuestra propia actitud ante la vida, ante los demás, nuestra identidad. Por eso, quizá sería mejor hablar directamente de “ser fruto” que de “dar fruto”. Es bien sabido que las personas, como los frutos de la tierra, podemos ser insulsas, amargas, venenosas… o dulces, sabrosas y nutritivas. Dios nos llama a ser frutos que alimentan, porque nuestra tarea más importante, en esta vida, será siempre ayudar a otros a crecer (a la vez que permitimos que otros nos ayuden a crecer a nosotros).  
                                                                                                        Martí Colom

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