domingo, 31 de marzo de 2013

ESPACIO DE REFLEXIÓN

Ver a Jesús, en Galilea

La frase clave que, en el Evangelio de Marcos, el hombre vestido de blanco dice a las mujeres que han entrado en el sepulcro vacío es: “Jesús ha resucitado... va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis” (Mc 16, 6-7). Ver a Jesús era la mejor noticia que María Magdalena, María la de Santiago y Salomé podían recibir: ¡ver al que había muerto, verlo vivo, verlo de nuevo!

Muchos tenemos el mismo anhelo, las mismas ganas de “ver” a Jesús. Verlo actuando entre nosotros y a través nuestro, verlo guiando nuestras relaciones de amistad, cuando nos ayudamos, cuando nos perdonamos, cuando confiamos los unos en los otros, cuando nos consolamos, cuando nos hacemos reír, cuando compartimos gozos, esperanzas y angustias...

Pues bien, la buena noticia de Pascua es que sí, está entre nosotros. Pero hay condición. Para verlo hay que ir a Galilea. ¿Qué es Galilea? ¿Qué significa ir a Galilea?


Más allá de designar la provincia ubicada al norte de Samaria, Galilea es el nombre clave para designar la experiencia que ocurrió allí entre Jesús y los discípulos.

Galilea es, primeramente, el lugar donde los discípulos se sintieron amados. Allí conocieron a Jesús, y supieron que Jesús los quería, y aprendieron a amarse unos a otros. Sin la experiencia de ser dignos de la estimación de los demás, no entramos en Galilea.

Galilea es el lugar de la confianza. Y del compromiso. Es donde lo dejaron todo, confiando plenamente en él, y le siguieron. No estamos en Galilea cuando nos domina el miedo, y para combatirlo nos aferramos a pequeñas seguridades que de pronto consideramos imprescindibles. No estamos en Galilea cuando nuestro compromiso con los demás se debilita, a medida que aumenta nuestra preocupación por nosotros mismos.

Galilea es el lugar de la libertad, donde pasaron por un campo y porque tenían hambre cogieron espigas de trigo, el lugar donde Jesús dijo que el Sábado es para el hombre y no al revés. Nos alejamos de Galilea cuando la rigidez y una confianza ciega en las normas nos guían, y poco a poco nos convierten en jueces severos de nuestros propios deseos y de los de los demás.

En Caná de Galilea Jesús convirtió el agua de la purificación religiosa en un vino festivo: ir a Galilea es alejarse de la Judea intolerante, de los muros altivos del templo que con el pretexto de salvaguardar a Dios lo que hacían era dividir a las personas. Perdemos el rastro de Galilea cuando nos queremos acercar a Dios a base de alejarnos del que tenemos al lado, cuando la religión nos deshumaniza en vez de hacernos más personas.

Galilea es, por todo esto, el lugar donde se forma la comunidad, donde tenían la casa, en Cafarnaúm, donde se fortalecieron las relaciones de amistad y cariño entre los discípulos, y entre ellos y Jesús... Si estamos solos, aislados y sin interés por la vida de los demás, no estamos en Galilea.

Galilea es el lugar del aprendizaje, donde Jesús contó sus parábolas y dijo sus sermones, donde cantó las bienaventuranzas... nosotros nos vamos de Galilea cuando ya creemos que lo sabemos todo y no nos queda nada por aprender.

Galilea es el lugar de preocuparnos por los que sufren: es donde Jesús hizo la mayoría de sus milagros, donde alimentó a las muchedumbres que tenían hambre... si no nos importan los que lo pasan mal y no hacemos nada por ellos, no estamos en Galilea.

Y “estar en Galilea” significa vivir todas estas cosas a la vez, no unas sí y otras no... y vivirlas con igual interés.

En Pascua, la invitación es clara: regresar, una y otra vez, a la Galilea de la ternura, la confianza, el compromiso, la libertad, la fiesta, la inclusión, la comunidad, el aprendizaje y la solidaridad.
                                    
                                                                                   Martí Colom





                                                            

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