jueves, 13 de junio de 2013


ESPACIO DE REFLEXIÓN

Ni elitismo ni asimilación acrítica: levadura en la masa

Toda comunidad cristiana corre el riesgo de caer en un cierto “elitismo espiritual”. Creer que, ya que hemos decidido dejarlo todo y hacer del Evangelio nuestro programa de vida, “somos mejores” que los demás. Naturalmente, creernos superiores en virtud del mensaje cristiano, que nos invita precisamente a ser servidores y a descubrir a Dios en todo y en todos (¡no solamente en nosotros!) sería un desafortunado contrasentido. Y sin embargo, qué duda cabe que podríamos caer entonces en el peligro contrario: como no queremos ser elitistas ni separarnos de la realidad que nos rodea, nos integramos tanto en ella que acabamos diluyéndonos: en el proceso, tan propio del espíritu que promovió el Vaticano II, de “abrazar” el mundo, perdemos aquella originalidad, aquella singularidad que nos confería la fe audaz en el Evangelio. Somos tan “del mundo” que perdemos el espíritu crítico que nos daba el mensaje cristiano, y dejamos de aportar constructivamente un punto de vista propio, necesario. Creemos que nuestro empeño por no creernos “especiales”, porque realmente no lo somos, nos exige asimilarnos acríticamente en el contexto cultural, ideológico, político y social que nos rodea –y por el camino perdemos al Evangelio mismo.

Para evitar este segundo extremo se impone la siguiente reflexión: como seguidores de Jesús sí tenemos un modo peculiar de estar en el mundo. Y sí es legítimo querer aportar nuestra perspectiva cristiana al mundo. ¿Cómo hacerlo sin caer en el elitismo?

Quizá, como siempre, la respuesta esté en el Evangelio mismo, señal de que ya Jesús y las primeras comunidades se habían planteado este tema. Lo que hay que ser es levadura en la masa (Mt 13, 33).

En esta imagen perfecta está todo contemplado: la levadura no es la masa, no pierde su carácter, pero sin embargo existe para la masa, en la que se confunde, transformándola.

Mientras que el elitismo espiritual se fundaba en una mentira (creer que porque intentamos vivir el Evangelio somos mejores que otra gente), la asimilación acrítica es una opción mediocre fruto del miedo. Entre estos dos campos estériles serpentea nuestro camino: ser levadura.

La imagen aporta una reflexión importante sobre la naturaleza misma de las comunidades cristianas y de la Iglesia: pues si somos levadura no tenemos otro propósito que fermentar la masa. Nadie se come un plato de levadura. La levadura sólo tiene sentido mezclada con la masa. Una comunidad sin misión es inútil: la razón de ser de toda comunidad es fermentar el mundo a su alrededor y hacerlo sabroso. Tampoco nadie se come un plato de sal, siguiendo con las imágenes que usó Jesús. Y tampoco la luz (tercera de las metáforas con que Jesús compara a sus discípulos) tiene sentido “para sí”: la luz, en otras palabras, no se ilumina a ella misma, sino a lo que ya existe independientemente de ella, pero que en la oscuridad quedaba oculto. Las tres metáforas, pues, levadura, sal y luz, van en una idéntica línea: la vida de una comunidad cristiana sólo tiene sentido cuando transforma, ilumina, mejora las vidas de los demás y la realidad a su alrededor.

                                                                                 Martí Colom

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