domingo, 5 de abril de 2015

ESPACIO DE REFLEXIÓN

PASCUA 2015. LAS MUJERES, LA ROCA, EL CAMINO
(Y UN FRASCO CON AROMAS)

Martí Colom

Camino del sepulcro, alumbradas por las primeras luces del alba del domingo, las tres mujeres se preguntaban quién haría rodar la enorme piedra que hacía de puerta a la tumba.

Y sin embargo, seguían andando.

Llevaban un frasco con aromas para embalsamar el cuerpo de Jesús. Sabían que entre ellas y el difunto se levantaba una roca monumental.

Pero caminaban.

Hubiesen podido quedarse en la ciudad, afligidas, resignadas, diciéndose sensatamente: «Sería hermoso ungir su cuerpo, pero es inútil que vayamos: una piedra tremenda obstruye el paso y nos impide llegar a él. Quedémonos aquí, lloremos». No lo hicieron: clareó la aurora y salieron de la ciudad, camino al sepulcro. A pesar de la piedra.

No eran ni más listas ni más espiritualmente perspicaces que el resto de los discípulos. Todos habían escuchado de labios de Jesús los anuncios de su resurrección, pero ellas cargaban fragancias destinadas a un muerto. Más listas no, ni más santas: quizá le amaban un poco más. Y quizá por eso andaban. Empujadas por un instinto inarticulado, mezcla de cariño, de esperanza y de duda.

«¿Qué haremos con la roca?»

Trepaban por el sendero polvoriento sabiendo que iban hacia una losa descomunal que no podrían mover, pero andaban.

Quizá es lo único que podían hacer. Quietas en la ciudad se hubiesen muerto de pena. Tenían más dudas que certezas, pero de algún modo entendieron que siempre es mejor caminar entre dudas que optar de antemano por no dar el primer paso. La roca no les mató el deseo.

Y porque fueron al sepulcro, vacilantes, a buscar a un muerto, pudieron ver la piedra corrida: y fueron las primeras en oír, de labios de aquel hombre joven, que el maestro vivía y vive. La Pascua de Jesús brotó en su corazón.

Apuesto que cuando se fueron, enamoradas de la vida, dejaron olvidado en el polvo el frasco de aromas. Quizá quedó medio enterrado, inútil y absurdo, al pie de la inmensa roca.

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