ESPACIO DE REFLEXIÓN
Martí Colom
Sería interesante pararnos a meditar un poco sobre la
profundidad de la frase «hay más dicha en dar que en recibir», que Pablo pone
en boca de Jesús en Hechos 20,35. Siempre me ha parecido sugerente notar que no
es un texto de naturaleza moral sino puramente descriptiva: es decir, siguiendo
el mejor estilo de los evangelios, que a menudo rehúyen el mandato ético
explícito a favor de la consideración prudente de aquello que conviene a la
persona, esta frase tampoco es un “mandamiento de la generosidad” (algo así
como «tienes que compartir tus bienes con tu hermano para ser una persona recta
y agradar a Dios», por ejemplo) sino la constatación realista, fruto de la
observación, de que la generosidad produce alegría.
Pues bien, dando aquí un paso más podemos preguntarnos si
esta observación no apunta al fondo último de nuestra naturaleza: la alegría
provocada por la generosidad, que es previa a cualquier consideración moral
sobre la bondad del acto generoso, quizá sea una ventana abierta a nuestra interioridad,
aquella que a menudo desconocemos incluso nosotros mismos. Jesús estaría
invitándonos a reconocer que en esta alegría se nos ofrece un puente hacia
nuestra naturaleza más honda. La resistencia a entregar nuestros bienes,
nuestro tiempo, nuestro interés y nuestro amor (es decir, el egoísmo) sería el
resultado de complejos procesos psicológicos, sociales, culturales y
personales, pero no nuestra verdadera
identidad. Así, que dar nos cause dicha es una indicación, una señal, de que
cuando damos estamos conectando con algo íntimamente nuestro, con nuestro yo
más auténtico, con aquello para lo que existimos. La genialidad de la frase, en
resumen, es que siendo la simple descripción de una experiencia nos puede
ayudar a descubrir algo acerca de nosotros mismos: la alegría de dar es un
espejo donde vemos reflejado nuestro espíritu más genuino, un indicio de quienes
somos – un contacto con nuestra fibra más profunda. Y somos más nosotros mismos
cuando nos damos que cuando nos negamos a los demás. Es la misma alegría que
sentimos cuando llevamos a cabo nuestra vocación, sea la que sea, haciendo
aquello para lo que tenemos dones, como el pintor que descubre su genio y
disfruta con los pinceles o el músico que al componer aprende aquello para lo
que nació. Asimismo, la alegría que experimentamos al dar algo de nosotros
mismos indicaría que la vocación común de las personas es la generosidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario