lunes, 13 de abril de 2015

ESPACIO DE REFLEXIÓN

«HAY MÁS DICHA EN DAR QUE EN RECIBIR»: UNA VENTANA A NUESTRA INTERIORIDAD

Martí Colom

Sería interesante pararnos a meditar un poco sobre la profundidad de la frase «hay más dicha en dar que en recibir», que Pablo pone en boca de Jesús en Hechos 20,35. Siempre me ha parecido sugerente notar que no es un texto de naturaleza moral sino puramente descriptiva: es decir, siguiendo el mejor estilo de los evangelios, que a menudo rehúyen el mandato ético explícito a favor de la consideración prudente de aquello que conviene a la persona, esta frase tampoco es un “mandamiento de la generosidad” (algo así como «tienes que compartir tus bienes con tu hermano para ser una persona recta y agradar a Dios», por ejemplo) sino la constatación realista, fruto de la observación, de que la generosidad produce alegría.


Pues bien, dando aquí un paso más podemos preguntarnos si esta observación no apunta al fondo último de nuestra naturaleza: la alegría provocada por la generosidad, que es previa a cualquier consideración moral sobre la bondad del acto generoso, quizá sea una ventana abierta a nuestra interioridad, aquella que a menudo desconocemos incluso nosotros mismos. Jesús estaría invitándonos a reconocer que en esta alegría se nos ofrece un puente hacia nuestra naturaleza más honda. La resistencia a entregar nuestros bienes, nuestro tiempo, nuestro interés y nuestro amor (es decir, el egoísmo) sería el resultado de complejos procesos psicológicos, sociales, culturales y personales, pero no nuestra verdadera identidad. Así, que dar nos cause dicha es una indicación, una señal, de que cuando damos estamos conectando con algo íntimamente nuestro, con nuestro yo más auténtico, con aquello para lo que existimos. La genialidad de la frase, en resumen, es que siendo la simple descripción de una experiencia nos puede ayudar a descubrir algo acerca de nosotros mismos: la alegría de dar es un espejo donde vemos reflejado nuestro espíritu más genuino, un indicio de quienes somos – un contacto con nuestra fibra más profunda. Y somos más nosotros mismos cuando nos damos que cuando nos negamos a los demás. Es la misma alegría que sentimos cuando llevamos a cabo nuestra vocación, sea la que sea, haciendo aquello para lo que tenemos dones, como el pintor que descubre su genio y disfruta con los pinceles o el músico que al componer aprende aquello para lo que nació. Asimismo, la alegría que experimentamos al dar algo de nosotros mismos indicaría que la vocación común de las personas es la generosidad.

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