ESPACIO DE REFLEXIÓN
LA MIRADA DE
JESÚS
Pablo Cirujeda
El evangelista Marcos nos describe el
encuentro de Jesús con un hombre rico, quien le pregunta por el camino hacia la
vida definitiva, con estas palabras: “Jesús se le quedó mirando y le mostró su
amor diciéndole: Una cosa de falta: ve a vender todo lo que tienes y dáselo a
los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y anda, ven y sígueme.” (Marcos 10,
21). Jesús mira al hombre con amor, con una mirada transformadora, y es entonces
capaz de ver, no tanto lo que tiene, sino lo que falta; no tanto quién es en
ese momento, sino quién pudiera llegar a ser.
La mirada de Jesús es una mirada
optimista, que revela el potencial de la persona, viendo más allá de sus
circunstancias presentes. Esa misma mirada se repite varias veces en el evangelio
de Marcos: Jesús mira a un leproso, pero ve a un hombre que puede sanar; mira a
una niña aparentemente muerta, pero ve a una muchacha que puede recobrar la
salud; mira a un paralítico, y ve a un hombre que puede volver a caminar.
Finalmente, Jesús “paseando la mirada por los que estaban sentados en corro en
torno a él” es capaz de ver a una nueva familia en un grupo de personas donde de
entrada no hay relaciones de parentesco, ni de clase social, ni otros elementos
de afinidad (Marcos 3, 34-35).
La mirada de Jesús nos recuerda, en
cierta manera, a la mirada de Dios mismo al principio de la creación, cuando
hubo creado al ser humano el sexto día, dando por finalizada su obra creadora:
“Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Génesis 1, 31). Es una
mirada bondadosa, que otorga esperanza y posibilidades donde otros solo ven las
limitaciones del presente.
Jesús revela a lo largo de su vida
esta mirada de Dios, que ve el mundo y a las personas soñando con lo que pudieran
llegar a ser. Dios “ve”, además, con categorías muchas veces opuestas a las
nuestras, incluso de forma distorsionada: lo pequeño lo ve grande, y lo grande,
pequeño. Lo humilde lo ve poderoso, y el poder y la riqueza, pequeños y
efímeros.
La realidad de nuestro mundo es que somos testigos de muchas realidades inacabadas o
deficientes, que desearíamos ver cambiar, y es fácil caer en el desánimo cuando
las situaciones no se transforman. También las personas con las que convivimos
se nos presentan, frecuentemente, como incompletas, motivo por el cual
podríamos acabar alejándonos de aquellos que no nos satisfacen.
Con la mirada de Dios que nos muestra
Jesús, sin embargo, aunque veamos a una persona como el ser inacabado e
incompleto que es, estamos llamados a contemplar también sus posibilidades de desarrollarse
más allá de lo que es ahora y de lo que nos muestra en el momento presente.
Jesús no renuncia al cambio, ni se rinde ante las realidades: pasea su mirada
con amor, buscando y promoviendo el cambio deseado.
Mirar con amor es ver el presente, a
la vez que soñar con el futuro; es reconocer que, a pesar de estar incompletos
y de presentar a veces graves carencias, toda persona y toda realidad encierra
dentro de sí el potencial necesario para el cambio y la transformación en mucho
más de lo que vemos hoy.
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