viernes, 12 de diciembre de 2014

ESPACIO DE REFLEXIÓN

A RAÍZ DEL PONTIFICADO DE FRANCISCO: NOTAS SOBRE FE, VERDAD Y MISERICORDIA

Martí Colom

El pontificado de Francisco, y en concreto los temas que el papa quiso poner sobre la mesa en el Sínodo Extraordinario sobre la Familia, son motivo de intranquilidad en algunos sectores de Iglesia (a la vez que, sin duda, alegran y son motivo de esperanza para otros muchos). Y empieza a ser habitual escuchar, entre aquellos que miran con dudas la dirección que va tomando este pontificado, la opinión según la cual, a su modo de ver, los planteamientos del papa nos llevarán a tener que escoger entre verdad y misericordia; entre recta enseñanza y compasión; entre doctrina y espíritu de acogida.

Efectivamente, el papa y aquellos que sintonizan con él están insistiendo una y otra vez en la necesidad de hacer de la misericordia la seña de identidad de los cristianos. Los que recelan de esta actitud aceptan, por supuesto, que la compasión es deseable y muy evangélica, pero escuchan la llamada a construir una Iglesia más acogedora y misericordiosa (el famoso hospital de campaña del que habla Francisco) y se preguntan, intranquilos: ¿será que tendremos que acabar sacrificando la verdad (esa “verdad a la que servimos”, según la reciente expresión usada por un cardenal en Roma), a cambio del talante pastoral y acogedor que Francisco nos exige?

Me parece que plantear el debate en estos términos (verdad o compasión) es desacertado. Porque quizá el punto al que hay que llegar es a la afirmación de que nuestra verdad, nuestra enseñanza y nuestra doctrina son en primer lugar la misericordia, la acogida y la compasión.

Ninguna verdad debería pesar más, para nosotros, que el respeto a la dignidad de cada ser humano y la promoción de su bienestar. Cuando nos olvidamos de esto y empezamos a concebir la misericordia como un aspecto quizá deseable pero en todo caso secundario de nuestra fe, entonces hemos vaciado el cristianismo de su esencia.

Ser cristianos no es tanto una adhesión a unas verdades religiosas y morales acabadas e intelectualmente comprendidas como una actitud ante la vida, fundamentada en el ejemplo de Jesús de Nazaret, una forma de estar en el mundo y de relacionarnos con los demás con un extraordinario potencial para transformar positivamente la realidad y para abrirnos a la trascendencia. Nuestra fe es antes una búsqueda de Dios, un paulatino y humilde acercamiento al Misterio, que el mandato de custodiar un cuerpo inmutable de enseñanzas –de hecho, es cuando creemos lo segundo que la defensa de dichas verdades justifica la exclusión o la condena de los que no las aceptan.

Por lo tanto, es falso que estemos llegando a un callejón sin salida donde tendremos que olvidarnos de la verdad para poder practicar la misericordia. Lo que sí tendríamos que olvidar son visiones parciales, sospechas fáciles, dicotomías simplistas y reduccionismos legalistas de la fe que a menudo desfiguran el rostro compasivo, tolerante y acogedor del Evangelio.

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