martes, 3 de febrero de 2015


A FONDO

LA DICTADURA DEL INSTANTE

Esteve Redolad


Nada parece más irónico y hasta cierto punto divertido, si no fuera por la pizca de melancolía que transmiten, que los comentarios que aparecen a través de internet y de las redes sociales criticando la era tecnológica y de la realidad virtual. Nostálgicos nacidos entre los sesenta y setenta, cuando la lucha por cambiar la realidad no pasaba por inventar otra virtual,  defienden así los tiempos en los que uno disfrutaba en la calle más que delante de la televisión (la única pantalla por aquel entonces), y te sentías feliz y realizado con los amigos del “cole” y no necesitabas que te dijeran “me gusta” para sentirte bien. Era un pasado, en fin, más humano y que ahora la era tecnológica y virtual ha querido dejar atrás.  Es interesante notar como, por lo general este tipo de comentarios tienen un buen número de “me gusta”.  

Porque en realidad, estos mismos melancólicos de la era callejera hemos sido las comadronas privilegiadas de la era tecnológica y no podemos olvidar el entusiasmo nervioso al ver el  milagro térmico de los primeros documentos enviados por fax, o la emoción mal disimulada al escuchar, fascinados por la ignorancia, el sonido indescifrable de las primeras conexiones de internet. Y aunque nos cueste reconocerlo también nosotros, de una forma u otra, nos regocijamos con la revolución tecnológica que vimos nacer y sus increíbles posibilidades. Por lo tanto, miramos con optimismo y esperanza esta nueva revolución.   


Pero dentro de este optimismo tenemos que reflexionar de forma crítica sobre el auge imparable de la tecnología. No desde la melancolía, no para caer en un rechazo estéril, ni siquiera para mirar esta tecnología desde la sospecha. El ejercicio crítico es hoy obligado, de la misma manera que lo fue en los sesenta y lo es en cualquier momento o situación. 

Una de las características resbaladizas de la sociedad “tecnologizada” es la preeminencia de la inmediatez, de la instantaneidad. La comunicación instantánea, las transacciones financieras al segundo, los sms, las videoconferencias a tiempo real, el sinfín de redes sociales, la publicidad personalizada, las noticias al minuto, y un largo etcétera hacen que la cantidad de estímulos recibidos a lo largo de un día de cualquiera que pueda leer este blog sea infinitamente superior a los estímulos a los que se enfrentaron nuestros bisabuelos en toda su vida. Nada ilustra mejor el valor del instante que los videos de lapso de tiempo (time-lapse). Son esos videos fascinantes donde podemos ver un día de la ciudad en diez segundos, o la vida, e inevitable muerte, de una flor en dos suspiros, como se pudre (o no) una hamburguesa en un mes, o como una persona pasa de bebé a niño, de niño a adolescente y de adolescente a adulto en tres minutos. Incluso procesos naturales o vitales son comprimidos por la dictadura del instante. Una noticia de más de dos páginas es tediosa, un video de más de cinco minutos excesivo. La sabiduría tradicional nos decía aquello de  no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy; esta llamada a la responsabilidad y al buen uso del tiempo le convendría hoy ser substituido por el más instantáneo: No dejes para luego lo que puedas hacer ahora.  Y es sorprendente la cantidad de cosas que se pueden llegar a hacer en un ahora.    


La cultura de la inmediatez puede ser en muchos aspectos algo positivo, pero comporta también ciertos riesgos. Uno de ellos es la falta de ritmos, de tiempos vitales. Nuestras vidas están marcadas por ritmos, y no nos referimos tan sólo a los ritmos cronológicos (días, semanas, meses, etc.) sino a ritmos existenciales.  Los griegos clásicos tenían dos palabras para referirse al tiempo: Kronos es el paso del tiempo, el tic tac del reloj, los días y horas; es el tiempo que podemos robar con los videos de time-lapse.  La otra palabra era kairos, que se refiere a los tiempos apropiados, los tiempos o etapas que como individuos o como sociedad vamos viviendo. Hay kairos comunes a casi todos, el kairos del aprendizaje, del estudio. En ocasiones los capítulos de nuestras vidas revelan kairos específicos. Uno se da cuenta que es el tiempo apropiado para comprometerse en la sociedad, o el tiempo para realizar un proyecto anhelado, o el tiempo, porque no, de hacer limpieza profesional o emocional y empezar de nuevo. A veces no está el tiempo maduro para empezar un proceso de reconciliación, porque estamos todavía en un kairos de curar heridas. Tal vez alguno se da cuenta que ya pasó el tiempo de recibir y toca ya empezar a dar. También la sociedad tiene sus tiempos apropiados. Y con el paso del tiempo (kronos) se despierta el pueblo y se da cuenta que terminó el tiempo (kairos) de sobrevivir y que llegó el tiempo (kairos) de levantarse y luchar.

El problema de la inmediatez con respecto a las etapas en nuestras vidas puede describirse con una analogía robada de las matemáticas básicas que aprendíamos en Educación Básica incluso antes del tiempo de wikipedia. La inmediatez se asemeja a la infinitud de puntos que constituyen una recta. Esta masa de puntos infinitos que se amontonan por millones, parecen hacer irrelevante no solo el punto de inicio y el punto final de la recta en cuestión sino su dirección.  Los estímulos, los mensajes, los bips, los timbres, las imágenes, las noticias, los saludos, parecen amontonarse sin sentido en una recta desorientada. Hoy más que nunca tenemos que aprender a redescubrir y a identificar los kairos en nuestras vidas. No es una invitación al conformismo sino al contrario, es un recuerdo de que todos estamos inmersos en procesos de crecimiento y que la dictadura del instante puede hacernos creer que no existen o no tienen importancia. Pero en realidad es bueno hablar de ritmos, de etapas y tiempos, porque nos ayuda a tomar distancia de la inmediatez que nos invade y nos ayuda a entender de dónde venimos, en que situación estamos y qué nueva recta tenemos trazar.

Ser gente consciente de los de tiempos nos ayuda a valorar la espera y la paciencia, vocablos que la era de la inmediatez ha convertido en enemigos y en sinónimos de conformismo y resignación. La inmediatez nos apremia, nos acosa, nos atenaza para poder precipitarnos hacia una nueva elección, siempre pendiente de un nuevo estímulo.

Desde la inmediatez elegimos, pero es desde la espera, desde la conciencia del tiempo, desde donde realmente podemos decidir.


Por otro lado, esperar el tiempo propicio no es necesariamente rendirse a los acontecimientos sino reconocer en qué tiempo están también los demás, y ello nos ayuda a adaptarnos y ponernos en su misma sintonía. Ser amantes de los tiempos es en cierto sentido el garante de la empatía. La empatía se cultiva respetando los momentos y procesos en que están los demás, y eso desde la pura inmediatez es imposible. La inmediatez se alía más fácilmente con el egoísmo que con el desprendimiento.  


Ser gente “de tiempos” también nos ayuda a ser personas dinámicas. Nos ayuda a descubrir cuándo cerrar capítulos en nuestras vidas con la confianza de que tenemos que abrir otros nuevos. Nos ayuda a no conformarnos ni en el éxito ni en el fracaso.  La inmediatez, en su permanente ansia de priorizar la continuidad a la dirección, tiende a caer en la monotonía, el sinsentido y el conformismo.

Mencionábamos al inicio las reticencias melancólicas y un poco paradójicas que suscita la era tecnológica. No podemos rechazar nuevas evoluciones históricas simplemente porque desplazaron aquellas en las que crecimos. El momento tecnológico está aquí y hay que abrazarlo con optimismo e ilusión. Pero conviene no olvidar que tan importante es el instante irrepetible del ahora como los tiempos y etapas que necesariamente tenemos que cruzar en nuestras vidas. Hay tiempos o etapas tanto a nivel cultural o social como también los hay en nuestra vida emocional, en nuestro camino profesional o vocacional, en nuestro compromiso social o político, o en nuestros propios procesos psicológicos o espirituales. Ninguna dimensión escapa al ritmo de los tiempos. En esta época vertiginosa y vigorosa, abierta a las posibilidades infinitas de la inmediatez, toca no perder de vista la importancia de los kairos, a nuestro alrededor y toca saborear de nuevo las hermosas palabras del Predicador:


Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el sol;
Tiempo de nacer, y tiempo de morir;
Tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
Tiempo de matar, y tiempo de sanar;
Tiempo de destruir, y tiempo de construir;
Tiempo de llorar, y tiempo de reír;
Tiempo de hacer duelo, y tiempo de bailar;
Tiempo de arrojar piedras, y tiempo de recogerlas;
Tiempo de abrazar, y tiempo de separarse;
Tiempo de buscar, y tiempo de perder;
Tiempo de guardar, y tiempo de tirar;
Tiempo de rasgar, y tiempo de coser;
Tiempo de callar, y tiempo de hablar;
Tiempo de amar, y tiempo de odiar;
Tiempo de guerra, y tiempo de paz.


Eclesiastés 3:1-8








No hay comentarios:

Publicar un comentario