jueves, 3 de julio de 2014

SIGNOS DE CAMBIO EN AZUA

Como es bien sabido, desde hace muchas generaciones la relación entre la República Dominica y Haití ha estado marcada por la desconfianza mutua e incluso el odio entre los habitantes de ambos países, siendo Haití el más afectado por esta situación debido a su fragilidad económica.

Yo nací en Azua de Compostela y vivo en Sabana Yegua, a once kilómetros de Azua, capital de la provincia de este mismo nombre. Dicha provincia se encuentra en el Suroeste de la República Dominicana, a dos horas de Santo Domingo y a otras dos de la frontera con Haití. La gran mayoría de los haitianos establecidos en nuestra zona son indocumentados, que cruzaron la frontera a pie, a través de las montañas, sin pasaporte. Los dominicanos propietarios de tierras (esta zona es mayoritariamente agrícola) utilizan la mano de obra barata que proporcionan los haitianos ilegales. Se establece así una relación de necesidad mutua: unos quieren el trabajo, otros la mano de obra que pueden pagar a bajo precio.


Actualmente estoy involucrado en distintas actividades en la parroquia La Sagrada Familia, y una de ellas es la pastoral haitiana. Recientemente tuve la oportunidad de presenciar por primera vez en toda mi vida, y también era la primera vez en la historia de nuestra parroquia, la boda de una pareja haitiana: Enric y Gelin Michel se casaron. Podría parecer “una boda más”, pero aquí fue muy especial. En primer lugar, porque en esta zona de la República Dominicana la gente prácticamente no se casa por la Iglesia, y muy poco por lo civil, simplemente se juntan. Pero además, esta era una boda entre dos haitianos. A la celebración asistieron parroquianos, muchos de los amigos y familiares de la pareja que viven aquí y otros que pudieron venir desde Haití.
Pues bien, uno de los detalles que me llamó más la atención fue el hecho de que la madrina de la boda era Valeria una señora dominicana. Enric, en el momento de los discursos, agradeció mucho a la madrina diciéndole que él la consideraba «como una madre». Durante de la celebración también hubo el bautismo de varios niños haitianos, y me percaté de que un buen número de padrinos y madrinas de bautismo también eran dominicanos y dominicanas.
Estos dos hechos podrían parecer muy simples, pero tienen un gran significado en el contexto en que sucedieron. Muchas personas de mi entorno por pura ignorancia, racismo o simplemente por no querer ver la realidad, se atreven a decir cosas como que «hay que echar a los haitianos», sin darse cuenta que los haitianos ya forman parte de sus vidas cotidianas, y sin darse cuenta, sobre todo, que hay más cosas que nos unen que cosas que nos separan.

Al terminar la celebración me puse a reflexionar en lo siguiente: cada día escuchamos, observamos y hacemos cosas que pueden parecer insignificantes pero que van sumando y sin darnos cuenta van transformando los lugares donde vivimos; las diferencias raciales se van eliminando y nuestras costumbres y las de los demás se van entrelazando en una nueva dirección, en la que no cabe el rechazo, en la que das la mano y luego arrimas el hombro.


Welinton Galván

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